sábado, 30 de enero de 2010 | By: Abril

¿Pretendes Realmente Volver?


Hoy sólo me dedicaré a recordarte y junto con ello a encontrarme, a reconocerme aceptando que también yo puedo sonreír, que incluso en ocasiones lo necesito, y con ello necesito sentirte a mi lado para, luego de mis caladas húmedas, poder regalarte una ínfima sonrisa que ayude a mi rostro a volver a su lugar, a mi torrente sanguíneo a detenerse un segundo para poder tranquilizar aquel nerviosismo esquizofrénico propio de tu cercanía...
Si, es cierto, también lloro, también lo necesito en ocasiones. Penetran en el austero solar gotas de sal para recordar, con llamas que han de quemar, que ya no estás, que no has de volver, que has marchado ya, y ahora por qué con inseguridad y rencor en la distancia te siento volver...
Nada se diluye, nada en mis recuerdos se va, nada en mis expectativas ha dejado de estar; sólo tú tarde has llegado de regreso, Horacio querido. Sólo tú tarde has descubierto que también Pola, por ti, puedo ser. Y qué lejos te siento susurrando esbozos de amor, ahora que nada puede diluirse más que yo, que me he comenzado a desvanecer con tu cruel y último adiós... Y ahora vuelve el bobo Oliveira...
Y es que él siempre es mucho tiempo;por ello digo: siempre te he amado, te amo, pero... cómo has dañado e insultado mi amor de pequeña Maga, cómo me has ofendido, que hoy no sé si puedo decir: "siempre te amaré"...mas, cómo te ruego que me ayudes a que así sea...
Y lo sé: aún nos sientes con las congeladas manos unidas cuando recorres el puente con aquellas estrellas artificiales, alumbrando titilantes desde las alturas,aquel lugar. Y quizá sea, Horacio querido, que en ése, ahora vacío lugar, nos hemos quedado por la verdadera eternidad, porque fue allí donde nos aprendimos a amar en silencio cuando no nos atrevíamos a aceptar, cuando compartíamos húmedos cigarrillos besados que no querían asumir que no eran más que instrumentos de nuestros labios para besarse, que no era más humedad que la de nuestras lenguas que daban todo por recorrerse, por sentir las pieles, por aquellos roces que tarde han llegado a concretarse...
Y los cigarros se fueron corriendo igual que tú Horacio lo has hecho una vez, y ahora regresas y los cigarros aquella misma noche han vuelto a mí, porque eran mis besos los que querían en su filtro, y Horacio ha tardado más que los cigarros, pero has vuelto iluso Oliveira, debo esperar que te quedes con la solitaria Maga, que te deba compartir con Pola, o que vuelvas a marchar?
Y verás vacías las calles por mi ausencia, y sentirás el dolor de tantos sentimientos reprimidos como segundos en el tiempo perdidos, como ausencias temporales donde no sabes si he de volver y yo no sabré si has de llegar, siempre con la duda incierta de lo que puso ser, y ahora que es; siempre con el temor descontrolado de que vuelva a ser tu partida, con el miedo permanente... Miedo de ti...
Y con el tiempo todo desaparece, así como yo he de caminar, ya no por nuestros sitios, sino por parajes que siento no hemos juntos de pisar, cada noche me despediste a mitad del puente jurando encontrarnos mañana, mientras girabas y comenzabas a caminar, y yo, como ilusa Maga; demorando las pisadas para darte tiempo de volverme a encontrar, para robar tiempo y hacer uso de la razón y amarrarme para no correr a tu lado y pedirte que te quedaras... ¿Cuanto tiempo podríamos habernos engañado Horacio querido? Lo más probable es que halla sido menos de lo que quisimos, pero cuando el amar nos dice detente, verás que a tu lado y no contigo estoy, todas las excusas para escapar de nada han de resultar.. y así calló el invierno, con las manos unidas como jamás han de verse entre otras, unidas bajo muros que esconden la verdad porque siempre de Pola me ocultaste, cómo me has hecho invernar maldito Horacio, y siempre lo supimos; habíamos de encontrarnos un día solos en el mundo y qué hemos de hacer si de la propia verdad no podemos escapar...
Y es que Horacio querido, el final no se ha de prever, porque nada culmina sino comienza, y nosotros somos la fascinación de la fantasía, los recuerdos desconsolados de la luna que alguna vez nos observó, somos aquél inconsciente reprimido de miedos, donde nos deseábamos, la conciencia se ha devastado, los besos furtivos mortales han sido...
Pero hoy, Horacio querido, te has ido...

(Sylvus Aguirre)

Carta a Ernesto


Querido Ernesto (perdona el atrevimiento de llamarte así):

Te sorprenderá recibir esta carta sin remitente; con seguridad estarás comenzando a leerla extrañado, ya habrás mirado la firma al pie sin reconocerla. No tengas dudas, esta carta es para vos.

No pierdas tiempo en buscar mi nombre en tu memoria. No me conoces, pero yo sí, o por lo menos hasta dónde una carta puede hacerme conocer una persona. Físicamente no te conozco, pero eso es lo menos importante, conozco tu alma ¿Que no comprendes? ¿Que te sorprendes?. Permite que lo explique.

Hace apenas unas horas, caminaba yo por una de las arboladas calles de mi pueblo, pateando mi tristeza, acarreando mi soledad, cuando unos metros delante, vi al viejo cartero dejar una carta en un buzón. ¿Viste esos buzones que están en las verjas de las cajas con jardín en sus frentes? ¿esos que tienen forma de casita para palomas?.

Continúo, perdona que me distraiga en detalles. Cuando llegué a la altura del buzón, vi con sorpresa que la carta había quedado mitad fuera de la abertura. Te juro que mi primera intención fue darle un golpecito y hacerla caer dentro pero.... sin darme cuenta ...... sin pensarlo, la saqué y la robé.

¡Sí! ¡la robé sin ninguna vergüenza!. La apreté contra mi cuerpo como si fuera un tesoro encontrado inesperadamente....... ¡una carta! ¡cuánto hacía que nadie me escribía!. Sé que no lo comprenderás, pero no me sentí ladrona; aunque debo confesar que huí casi corriendo, el corazón me latía muy fuerte parecía que iba a estallar en mi interior, como el de una niña que acababa de cometer una travesura y....... puedo asegurarte que no soy ninguna niña y sé, tengo la suficiente conciencia como para saber que no era una travesura, era un robo y lo peor de todo, una invasión a tu privacidad.

Agitada corrí hasta mi casa y me cobijé en ella, cerré todas las puertas y espié por la ventana para ver si alguien me seguía, como una ladrona........ que lo soy, dejé el saco en el perchero y con mano temblorosa abrí la carta, tu carta a Alicia, la mujer que amas.

Me senté en la mesa de mi pequeña cocina y comencé a robar tus palabras. Deslicé mis ojos ávidos por tus frases de amor y por un instante me convertí en Alicia. Una gran emoción me embargó y sentí que las lágrimas dificultaban mi lectura.

Por primera vez en mi vida conocí la maravillosa experiencia de recibir una carta de amor y ..... ¿sabés? aunque te parezca loco, aunque te parezca enfermo..... por primera vez en mi vida me sentí amada.

!Ahh! ¿te comenté que nunca nadie me escribió una carta de amor? y últimamente......... , no se cuanto tiempo hace ya, he perdido la cuenta en esta soledad sin días ni horas, pero infinita..... ni siquiera he recibido una carta de amistad.

No voy a mentirte, no la leí solamente una vez; la leí, releí y volví a releer y cada vez que lo hacía, tus palabras se renovaban pareciéndome aún más cálidas, más apasionadas, más amorosas...... si eso fuera posible....

Tampoco me avergüenza decir que el amanecer me encontró con tu carta entre las manos y con el corazón dulce como la miel en el panal.

¡No!..... Por favor....... te lo pido ...........¡no te enojes! No te sientas invadido, no fue esa mi intención, nada más lejano a ello.

Sin saberlo has hecho feliz a una mujer y sé que cuando envíes finalmente la carta a la verdadera Alicia, ella será mucho más feliz que esta pobre y circunstancial ladrona, porque lo suyo será una realidad, lo mío es simplemente, un sueño.


Adjunta a esta carta devuelvo la tuya; perdóname, perdona a esta desconocida que jamás recibió una carta de amor y que por unas horas, unas pocas horas, supo que se siente al ser intensamente amada.


Gracias. Paula

(María Magdalena Gabetta )
viernes, 29 de enero de 2010 | By: Abril

Abdicación


Queridos todos:

Me voy. Volveré cuando sepáis dónde están guardadas las bolas de naftalina, cuando nuestra casa ya no tenga secretos para ninguno de vosotros, cuando seáis capaces de descifrar los códigos de los botones de la lavadora, cuando logréis reprimir el impulso de llamarme a gritos si se acaba la pasta de dientes o el papel higiénico. Volveré cuando estéis dispuestos a llevar conmigo la corona de reina de la casa. Cuando no me necesitéis más que para compartir.

Ya sé que me echaréis de menos, estoy segura. También yo a vosotros, pero sólo desapareciendo podré rellenar los huecos que vuestro cariño me produce... Sólo podré estar segura de que verdaderamente me queréis cuando no tengáis necesidad de mí para comer o para vestiros o para lavaros o para encontrar las tijeras. Ya no quiero ser la reina de la casa, estoy harta, me he cansado de tan gran responsabilidad y he caído en la cuenta de que si sigo jugando el papel de madre súper no lograré inculcaros más que una mentalidad de súbditos. Y yo os quiero libres y moderadamente suficientes y autónomos.
Ya sé que vuestro comportamiento conmigo no es más que un dejarse llevar por mi rutina; también por eso quiero poner tierra por medio. Si me quedo, seguiré poniéndoos todo al alcance de la mano, jugando mi papel de omnipresente para que me queráis más.
Sí, para que me queráis más. Me he dado cuanta de que todo lo que hago es para que me queráis más, y eso me parece tan peligroso para vosotros como para mí. Es una trampa para todos.
Palabra de honor que no me voy por cansancio, aunque sea una lata dormirse todas las noches pensando en la comida del día siguiente y hacer la compra a salto de mata cuando vienes del trabajo y, a la larga, pesa mucho la manía de ver siempre un velo de polvo en los muebles cuando me siento un rato en el sofá, y la perenne atracción hacia la bayeta y la cera. Pero no es sólo por eso. No. Tampoco me voy porque esté harta de poner la lavadora mientras me desabrocho el abrigo ni porque quiera estar más libre para hacer carrera en mi trabajo. No. Hace ya mucho tiempo que tuve que elegir una perpetua interinidad en mi profesión porque no podía compatibilizar una mayor dedicación mental al trabajo profesional con la lista de la compra. Me voy para enseñaros a compartir, pero sobre todo me voy para ver si aprendo a delegar.
Porque si lo consigo, no volveré nunca más a sentirme culpable cuando no saquéis notas brillantes o cuando se quemen las lentejas o cuando alguno no tenga camisa planchada que ponerse.
La culpa de que sea imprescindible en casa es sólo mía, así que desapareciendo yo por unos días, os daréis cuenta vosotros de que la monarquía doméstica es fácilmente derrocable y quizá yo pueda aprender la humildad necesaria para ser, cuando vuelva, una más entre la plebe.
Cuando encontréis la naftalina no dejéis de avisarme. Seguro que para entonces yo también habré aprendido a no ser tan excesivamente buena. Puede ser que ese día no nos queramos más, pero seguro que nos querremos mejor.

Besos.

Mamá.

(C. de Santos - "Ser Humano")
jueves, 28 de enero de 2010 | By: Abril

Carta de amor


Son las cinco y diez de la madrugada, está a punto de pasar el primer autobús; entra una brisa fresca por la ventana del estudio que me araña los hombros. Y suena Gershwin, bajito y dulce: I want to stay here.
Se está acabando el paquete de cigarrillos que abrí mientras hablaba contigo por teléfono esta noche.
He visto en la televisión dos películas estupendas seguidas (La mujer del teniente francés y Manhattan), me he tomado dos vasos largos de Havanna Club con mucho hielo. La vela de jazmín que he encendido hace unas horas se ha consumido hace un rato.
De alguna manera (es absurdo, ya lo sé), estoy de guardia. Sosteniendo este extremo del universo para que no caiga sobre ti.
Un extremo donde suena la música (muy bajito), la madrugada de verano es hermosa y fresca, y la luz, suave. Donde el alcohol no hace daño y las sonrisas son dulces.
Ya sé que es absurdo, pero pienso que mientras esté aquí, despierta, no se desbaratará el cielo y la tierra seguirá girando bajo las estrellas con una cadencia perfecta.
Pienso que, mientras tú duermes, alguien debe vigilar para que las pesadillas no te toquen. Alguien debe tener la luz encendida y quererte. Aunque sea armada tan sólo del tercer vaso de ron con hielo y el enésimo cigarrillo. Cabalgando sobre la música de Wonderful. Aunque sea sin escudo... Vestida únicamente con una camiseta de seda azul. Y una sonrisa. A través de la larga noche.
Es absurdo, lo sé de sobra. Un clarinete no puede hacer nada frente a una tormenta de negrura y culpa, mi sonrisa no es nada si en este momento te giras en la cama y murmuras tu pesar entre sueños; Gershwin murió hace tiempo y además, con la música puesta, no oiré siquiera el autobús. Y si no oigo el autobús, puede que no amanezca nunca.
Y aun así, aquí estoy, sujetando mi extremo del universo, como si éste fuera, en lugar del caos, un arco geométricamente perfecto que pudieran sostener a pulso mis brazos desnudos. Al mismo tiempo que un cigarrillo y un vaso de ron. Absurdo, realmente.
They can't take that away from me.
Un arco iris en medio de la lluvia, o unos labios curvados en una sonrisa. El arco de un violín. Un puente y, debajo, un río; o la luna en cuarto creciente y tú dormido en ella.
No veo la luna desde aquí y el eclipse parcial de Torre Picasso tras el edificio Windsor está ya (o aún) a oscuras. Ahora suena The man I love y es tan dulce el clarinete... Y el piano suena tan ligero como siento yo el corazón mientras estoy aquí, imaginándote a salvo.
Qué absurdo. ¿Cómo ponerte a salvo con un violín que preludia en la madrugada Someone to watch over me?
Tan absurdo como sacarte a bailar. Bueno: estás dormido. No puedes negarte. Te pregunto sin hablar: «¿Bailas?». Y tú sonríes, y te tomo de la mano, apoyo la otra en tu hombro y giramos, cerca, muy cerca, mientras el clarinete se eleva y amanece sobre Madrid. Y el autobús pasa por fin, trayendo el día, frena con estrépito en la esquina, mete la primera y prosigue su ruta calle abajo. Tu barba me roza la frente cuando la música se amansa y el piano retoma la melodía, acompañado de los violines. Y bailamos, despacio, sin prisas. Tú, soñando, y yo, despierta.
Escucha... No pienses: sólo escucha.
Dentro de un rato despertarás y no recordarás nada. Se apagarán las luces del edificio Windsor bajo el empuje de la luz del sol (el amanecer es ya una certeza, una franja ancha donde antes había una línea de claridad). Y entonces yo me iré a dormir. Comenzará un nuevo día lleno de ruidos, el mundo volverá a ser un caos sostenido sobre pilares lógicos y razonables en lugar de un arco sujetado, en este extremo, por mi sonrisa.
Huele bien la mañana recién hecha. Y la brisa es dulce sobre mis hombros. Es hermoso ver cómo es el mundo instantes antes de que sea real, con un trozo de hielo que se derrite con sabor a ron en la boca, mientras oigo que el reloj del vecino da las seis.
Pasa el segundo autobús, y se acaba el disco: otra versión de Someone to watch over me. Un portero guarda los cubos de basura haciéndolos rodar con desgana. La calle se despereza. Pasa un coche. Alguien sube una persiana. Ahora suena una moto. Y yo apuro el baile hasta que suene tu despertador y te despiertes y te olvides de que bailamos esta canción, este amanecer imposible de tan suave.
Estoy llorando, mi amor, y es de ternura. Y, seguramente, de ron. Pero son lágrimas dulces y porque me gusta cómo bailas y siento una mano en mi cintura y la otra sosteniendo la mía mientras giramos al mismo tiempo que la tierra. Al encuentro del día.
Pronto se acabará mi turno de guardia y el día entero se pondrá en pie. Se ha disparado una alarma en la calle y su sonido se superpone a las últimas notas de la canción. Voy a lavarme los dientes y a quitarme las lentillas y la camiseta.
Y a ponerme el alma porque ya llega el día.
Nos cruzamos debajo del arco, tú camino del trabajo y yo de la cama. Buenos días, mi amor.

(Berna Wang, Carta ganadora del I Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor).
lunes, 25 de enero de 2010 | By: Abril

Recuerdos de una estación


Recuerdo la primera vez que te vi, en aquella estación, dándome la espalda, alejándote con decisión hacia algún lugar oculto en tu mirada. Una mirada que yo no vi.

Pasaste por mi lado mientras mis ojos jugaban con un papel y mis zapatos. Fue tu esencia la que me hizo levantarlos, demasiado tarde sin embargo para verte la cara, sólo tu espalda alejándose de mí.

Desde ese día todos nuestros encuentros fueron una repetición exacta de aquél, tú siempre alejándote y yo allí perdida en la inmensidad de aquella diminuta estación, una imagen en blanco y negro que me engullía sin remedio.

Y así, sin quererlo, te convertiste en una obsesión, porque a pesar de tu andar resuelto, un halo de tristeza lo envolvía todo, el lugar, tu imagen, incluso el reloj que detenido marcaba, una y otra vez, la hora en que nos cruzamos. Un viejo reloj de estación, con sabores de antaño, lo mismo que tú.

Volví día tras día con la esperanza de verte venir de frente, con la esperanza de llegar antes que tú, pero siempre lo hacía cuando tú ya te marchabas dejando tras de ti huellas grises de tristeza y soledad, que más de una vez me empujaron a gritar tú nombre, con el deseo de detener tu marcha y hacerte girar, para ver esos ojos que no conocía. Entonces el reloj dejaba de dar las horas y todo, excepto yo, quedaba congelado en una instantánea.

De ese modo te convertiste en algo inalcanzable para mí, porque nunca supiste de mi persona, nunca te percataste de mi presencia. Nunca fuiste consciente del impacto que esa primera y única imagen tuya tuvo en mí.

Y dejé de visitar la estación hasta que pasado algún tiempo, quiso el azar que nuestras letras se cruzaran accidentalmente. Y de nuevo esa estación lo envolvió todo, ahora mezclada con palabras que daban sentido a mucho tiempo de imaginar. Aunque… la imagen seguía en blanco y negro, congelada y alejándose de mí.

Tus ojos, sólo por una vez quería ver tus ojos. Conocer en qué punto se perdía tu mirada. Cruzarme con ella. Colorear la imagen y borrar su tristeza.

Esta mañana decidí regresar a la estación. Con el corazón encogido por ese recuerdo que me perseguía desde la primera vez que nos cruzamos, entré dispuesta a encontrarme una vez más con tu marchar. Pero hoy no estabas. Sólo yo, la estación vacía y el tic tac de ese reloj que siempre fue nuestro compañero, aunque tú nunca lo supiste. Me senté en el mismo banco y de nuevo mis ojos jugaron con un papel lleno de letras y mis zapatos.

Me perdí en el tiempo, no recuerdo cuánto, hasta que una brisa cálida rozó mi cara…Y al levantar los ojos te vi, pero ya no estabas de espaldas. Frente a mí con la cabeza gacha y el pelo caído sobre los laterales de tu cara, me mirabas. Duró sólo un instante. En cuanto mis ojos acariciaron los tuyos el tiempo se detuvo y no alcancé a ver más de ti. De nuevo quedaste convertido en una imagen en blanco y negro. Una imagen que eternamente guardaré en mi recuerdo.

(De la red, desconozco el autor)

sábado, 16 de enero de 2010 | By: Abril

Regálame el comienzo...


“Sin duda... te reconoceré de inmediato.... y tocaré tus labios con mis dedos, presa de una fiebre que no amaina... “

Chillán, Chile, Primavera de 2008

Querido Amigo:

La última vez que hablamos me dejaste abandonada, con los labios tiritando de rabia y frustración.
Me hablaste de tiempos del polvo, de tiempos antiguos, de un improbable tiempo que quizás nunca se repita.
Me obligaste a abrir la mano empuñada y dejar libres las mariposas que había cazado para ti.
Mis dedos recorrieron mi cuerpo como si fuese un mago sin memoria, buscaron en el fogón donde cocino la vida por si algún rastro tuyo me quedase… Alguno que no me obligara al olvido violento.
Quiero jugar con tus barcos de papel, dejarlos que naveguen en mi corriente sin la prisa a la que estás acostumbrado… Quiero desabrocharte la camisa y besarte tan dulcemente que la boca se me vuelva granada.
Tengo una boca perjura, una boca infame, una boca desleal que no quiere dejar de pronunciarte.
No me regales de nuevo un final para mi cuento. Regálame el comienzo.

(Milita Babilónica)

La historia que no se cuenta


"Porque en tus ojos están mis alas
y está la orilla en que me ahogo"
Carlos Varela

Y comenzó la historia de la mujer que tirita cuando te lee, la historia de la mujer cuya loba interna aúlla cuando te siente cercano y cuyo campanario repica cuando sabe de tus misas clandestinas y de tu hostia consagrada.
Estoy azotada, sufriente, oceánica; tengo rasgados los pétalos como una rosa de escarcha, triturados los sueños de la esperanza, me expongo partida en dos como un durazno maduro.
Sí, la historia de la mujer húmeda, de la hurí ajada que te espera, de la hechicera que bebe conjuros de olvido de tu mano. Siente cómo palpita su entrega, cómo moja sus valles, cómo violenta sus cárceles, cómo baja sedienta de una sed que no le pertenece. Mujer extemporánea, de otros tiempos, de otras horas, para otros amantes distintos a ti.
Continúa la historia porque soy tu mujer de lluvias y flagelo tu cuerpo con mis tormentas calientes, porque soy mujer de oquedades, de silencios y de ausencias, tu mujer de hielo, porque me derrito en ti.
Mientras tú existas, seguirá la historia.

(Milita Babilónica)
jueves, 14 de enero de 2010 | By: Abril

Nada se pierde...


Nada se pierde, todo se transforma.
Es ese y solo ese el convencimiento que me mantiene viva, borracha de desilusión y acobardada, esperando que suene el teléfono, que aparezcas por casa, que me mires, que me toques… que vuelvas.
Por que si es cierto que me quisiste, si es verdad que juntos fuimos felices, que nos unía el sentimiento más puro del mundo, que mis besos coloreaban tus ojos; Si es cierto que proyectamos una vida, que tejimos sueños e ilusiones, si todo eso es cierto, esa fuerza genuina debe hallarse en algún lugar, muy dentro tuyo, eclipsado por el trajín de una vida cotidiana sin expectativas, por la urgencia de ganar el pan, procurarse vacaciones, un auto nuevo, una vida más sofisticada, una tele gigante … que se yo.
Cuesta creer que los atardeceres de la mano se acabaron para siempre, que las risas hasta la madrugada, las miradas cómplices, las tardes apasionadas, los viernes de video y lujuria, que todo el mundo por el que trabajamos se haya desvanecido de repente.
Nada se pierde, todo se transforma.
Y eso espero, desahuciada y triste: conocer en que se convirtió lo que nos unía. Saber si hay odio en tu mirada, melancolía, tristeza o bronca; todo lo soporto, menos esto, esta ausencia silenciosa, esta comunicación invisible, esta certeza incontrastable de que ya no hay nada, de que me ignoras.
Eso no… Eso no…
Nada se pierde, todo se transforma.

("Anitasol", Analía de Laurente)
domingo, 3 de enero de 2010 | By: Abril

Ya ni me acuerdo...


La media luz lo teñía todo. Vos, como siempre te imaginé, cálido, descontracturado, con ese desparpajo que te hace singular. Yo, ¿para que decirlo? yo me dejaba transcurrir.
Me miraste y notaste enseguida mis temores, me acariciaste el cabello, y con una suavidad inédita me besaste.
Después vinieron segundos de tormenta y pasión, me desconocí en esa vorágine de piernas enlazadas y manos atolondrándose. Nos hurgamos todos los rincones mientras decíamos palabrotas, mezcla de obscenidades y embriaguez.
Subimos y bajamos al ritmo de tu encanto, perdiéndonos en miradas cómplices, y labios encendidos.
Así la noche nos encontró como nos había dejado la tarde, absortos en nuestros cuerpos, recorriéndonos, saboreando cada secreto.
Te fuiste despacito, con una promesa: te llamo, yo ya sabía que el último beso había sido para siempre, igual te sonreí y me quede solo.
Llamé a mi mujer, su monotonía me devolvió la razón: -esta noche no vuelvo, me oí decir, después... ya ni me acuerdo.

(Analía de Laurente)
sábado, 2 de enero de 2010 | By: Abril

Nueva carta, viejo amor


Hola:

¡Cuanto hace que no te escribo! Con esto de que ya no entenderías como leerme por mail, ni sabrías que por un msm también se puede mandar un beso apasionado, con esto de que los correos se usan para pagar cuentas… bueno, pues yo también he perdido la costumbre de sentarme a escribir.
Pero aquí estoy con el viejo lápiz, cómplice de otras épocas, tiempos en los que nos queríamos como los chicos que éramos, como los jóvenes en que nos perfilábamos, como oteadores del futuro, un porvenir que se veía lejano y ancho.
Estoy un poco romántica, lo sé, es que se me ha dado por extrañarte mucho en estos días. Que locura ¿no? Pasaron más de 20 años desde nuestra última palabra, 20 años con sus días y sus noches, con sus alegrías y penas, con sus sorpresas y desvelos. Veinte años. Tendrías que verme ahora, ya no uso anteojos, las lentes de contacto me han cambiado la vida, mi cabello sigue siendo un revoltijo, pero ahora me llamarías pelirroja –yo también he sucumbido a la tiranía de la moda, al fin y al cabo, a esta altura no habría quien me reproche un poco de coquetería.- Sigo siendo alta y delgada, aunque tengo mis curvas que me ofrecen vértigo y peligro –aún lo necesito-
Ya no como “renomé” a toda hora, ni fumo, tengo otros vicios –la coca ligth, por ejemplo- trato de seguir con mis rutinas y sigo adorando el aire libre.
Leo mucho, estudio un poco, en fin, te recuerdo y tu sonrisa me entibia el alma.
¿Te cuento un secreto?: Cuando estoy sola, lo que no sucede muy a menudo: tengo 4 hijos maravillosos y su correspondiente padre al que adoro, te pienso mucho. Me imagino las charlas que tendríamos hoy, en este mundo que giró tan vertiginoso. Te figuro atónito ante la caída del muro de Berlín, gritando en la calle cuando volvió la democracia, puteando por la guerra de Malvinas, el odio, la injusticia y la falta de respeto.
Te extraño ¿sabes? No sólo la locura que nos mantuvo juntos, sino la pasión que nos separó. He pasado tanto por tu casa, la de la calle Belgrano, la de tus 18 años y mis dieciséis. Esta cambiada, le han puesto rejas y han tirado a la miércoles el enano de jardín, pero sigue tendiendo olor a misterio.
Pensarás que estoy un poco loca, lo sé, pero ya no me importa la cordura, he sufrido, he llorado, he amado intensamente, he perdonado al fin. Y sigo de pie, juntando tus pedacitos en recuerdos: la entrada de “Casablanca”, la boleta de la bicicleta que te compraste con tu primer sueldo, el botón de tu camisa azul, ese que nunca te cocí, el libro “Rayuela” dedicado con amor, y tantos otros retazos de vida que guardé.
Golpean la puerta, lo malo de ser madre es no tener más que minutos de intimidad, lo bueno es muy largo para que entre en esta carta… No quiero despedirme sin decirte que seguís siendo mi amor, sos mi tatuaje indeleble (no te esfuerces, no entenderías), mi sangre en las venas, mi primer hombre y mi último chico.
Chau.
Por donde quieras que flotes, por donde sea que te acomodes para otear al mundo, a donde sea que hayan ido a parar los desaparecidos, allá te mando esta carta cargada de un presente que no conocés y un futuro que seguiré inventando para vos.

(Analía de Laurente, "Anitasol")