lunes, 27 de diciembre de 2010 | By: Abril

Tu última carta


Querido Tú:

He decidido escribirte mi última carta.

Sí, es una carta de despedida. Una despedida formal, que es el resultado de la suma de pequeñas despedidas diarias que se han ido sucediendo en los últimos días. Al fin y al cabo se trataba de eso: de que estabas saliendo de mi vida y yo, tan ingenua, ni siquiera era capaz de entender las pistas que me estabas dejando. Sé que dirás que vuelvo a exagerar, que tengo necesidad de atención continua y que ambos somos adultos sensatos y responsables que conocíamos de antemano las reglas del juego…Otra vez estoy en tu terreno ¿lo ves? Tú actuando como si no ocurriese nada y yo, comportándome como una neurótica, poniéndole nombre a este nuevo fracaso…

No quería darme cuenta de que esta era tu forma de decirme “adiós, ya no me importas tanto como antes…”. No notaba que las últimas tres veces que hemos quedado has puesto una excusa improvisada de última hora para evitar el encuentro. Si ya sabes que soy muy simple, muy lineal…sabes que no tengo ángulos, sólo aristas en el único poliedro de una sola dimensión que conoces…¿Por qué no me lo has dicho mirándome a los ojos? Al menos evitaría la tortura de pensar que aún queda la posibilidad de estar equivocada…Pero es que las señales son tan claras…Antes, no es que ocupase el centro de tu vida Amor, pero ahora siento como si me hubieses relegado a estar en un rincón de tu alma. Me has dado una planta para que la sujete y ahí estoy inmóvil desde hace al menos dos meses…de mujer-florero.

¿Qué ha pasado?¿Me ves distinta?¿He sido yo quien ha cambiado?

No quiero que me contestes. En realidad sé las respuestas, aunque ya no me sirvan para vendarme los ojos.

No quiero pensar en que esto se ha acabado y en lo tristes que son las despedidas, sino en el tiempo que hemos pasado juntos -sin rencores- y en las sensaciones que he vivido contigo. Con eso me quedo. Las despedidas son siempre inevitables y agrias, pero el recuerdo que sobreviva al olvido cuando el dolor desaparezca, me susurrará siempre que lo nuestro mereció la pena…

(La Dama)

jueves, 16 de diciembre de 2010 | By: Abril

50 años no es nada...




Resumir en un trozo de papel cincuenta años de felicidad a tu lado es tarea difícil para un corazón enamorado como el mío.
Nos conocimos desde siempre, crecimos juntos sin pensar en ningún momento que de mayores seríamos pareja; más bien fuimos dos amigos que compartieron vivencias en la posguerra, malos tiempos, pero muy entrañables para nosotros, porque por esa época comenzábamos a despertar a la vida adulta.
Fue aquel domingo de verano, después de algunos años, cuando te vi por primera vez como mujer. Tus ojos tenían un brillo especial, eras como una cenicienta que de pronto se había convertido en la princesa de mis sueños.
Muchas veces me pregunto cómo pude estar tan ciego, te tuve siempre a mi lado y no me di cuenta hasta aquel día. ¡Qué bonito fue enamorarme de ti, «la neña de los papinos coloraos»! ¡Cómo te ruborizabas cuando te hablaba de mis sentimientos, estabas simplemente... deliciosa!
Fue difícil conquistarte, porque una gran mujer como tú necesita a un hombre de su talla. En todo eras superior a mí: inteligencia, constancia, valentía... pero no te importó, me amaste sin condiciones, soportaste mis faltas y seguiste siempre a mi lado...
Sin darnos cuenta nos fuimos haciendo mayores, nuestro amor maduró y se hizo más intenso; después de tantos años no podría concebir una vida sin ti. Desde que me levanto hasta que me acuesto tengo presente que eres un regalo de Dios, y a Él le pido cada día que me deje estar a tu lado un poquito más. Aún me queda mucho que aprender de ti, eres una mujer excepcional, que siempre supo sacar adelante todos aquellos proyectos en los que participó, sabes hacer... de todo, pero lo más importante para este viejo enamorado es que he tenido y tengo el privilegio de compartir mi vida contigo.
No sé el tiempo que nos queda juntos, por eso quiero aprovechar cada momento como si fuera el último, para que, cuando nos tengamos que separar, me vaya feliz y satisfecho por haber tenido a mi lado a la mejor esposa, madre y abuela... para mí, la mejor.
Mi dulce amor. Aunque hayan pasado cincuenta años, siempre serás aquella jovencita risueña que se ponía colorada cuando le hablaba de amor...
Entonces te quise, hoy te quiero y siempre te querré.

(Manuel Valdés Morán )

La Mirada Interior



Amada mía:
Aprovecho el silencio cómplice de esta noche, cuando hace justamente cuatro años que asaltaste mi vida, para decirte que ha sido el espacio de tiempo más corto en el cual me he sentido más enteramente yo.
Puedo intuir en tus ojos ausentes que a pesar de la distancia nos seguimos teniendo como cuando nuestras ventanas se enfrentaban, abiertas de par en par para dejar inundar el interior con la luz del cálido sol de cada amanecer. Todo sigue igual en el corazón, a pesar de tener el alma vencida y alguna que otra vez derrotada por esa línea inmensa que traza la distancia.
El día que tuviste que recoger tus cosas, decidiste cerrar al unísono la contraventana y la cremallera de la maleta. En ese preciso instante, comenzaste a abrir mi herida que todavía no acabó de cicatrizar.
¡Amor mío!, la soledad en este rincón del cenobio crea espectros que me sobresaltan, inseguridades que no se aplacan pero un intenso ardor que inflama el deseo irrefrenable de tenerte nuevamente para fundirme en ti y en adelante, ser tan solo un mismo cuerpo para poder seguir combinando nuestras esencias afectivas en un cóctel de amor en el que predomine la esencia de lo dulce, aderezada con unas gotas extraídas del néctar de nuestra flor de la pasión.
¡Mi bien!, disipa todas mis dudas, dime que aún sigues acrecentando tu amor cuando me ves reflejado en el iris cristalino de otros ojos y que el tiempo todavía no te ha permitido borrar mis caricias de tu piel. Hazme seguir soñando que mi nombre sigue retumbando en tu conciencia, mientras mis labios siguen depositando el néctar del deseo sobre los tuyos.
Regresa encubierta en el mismo silencio en que te has ido y de nuevo acecha mi vida por sorpresa para luego admitir que te encuentras arrepentida de todo este tiempo perdido a causa de todos los errores que alimentaron nuestro orgullo. Entonces podrás disfrutar de este negado amor que consume nuestras vidas por tan dolorosa separación.
En tanto remito esta carta al olvido, como todas las demás, piensa que es mentira que dispongamos de todo el tiempo del mundo para hacernos felices y ojalá puedas intuir los latidos desbocados de este corazón senil que te espera al abrigo de estos sentimientos nobles que brotan de mi interior.
Irremediablemente, TE QUIERO.
(Viburno Gamboa)
miércoles, 15 de diciembre de 2010 | By: Abril

Brindis


Por esta vez y por todas las otras

Por todas las mujeres que fuiste

Por aquella que fuiste y ya no eres

Por aquella que hubiera querido que fueras y que no serás nunca

Por aquella que será en un día lejano que quizás yo no conozca.

Por nuestros éxitos, por nuestros fracasos

Por todos los sueños que hemos construido juntos

y también por aquellos que hemos destruido

y todos aquellos que se quedaron en el olvido.

Por todo lo posible y por todo lo imposible que hemos vivido juntos

Y también por todos los días que amanecerán cuando ya no estemos ni tú ni yo

Por todas las noches que iluminaran que ni tú ni yo podemos mirar en nuestros ojos

Por todas las palabras que dijimos y que se perdieron en el agua diáfana de las horas

Por todas las ternuras que he susurrado en tu oído y que se desvanecieron en el correr de los días.

Por nuestra casa que invadirá la oscuridad de los anocheceres con el silencio de la ausencia eterna

Por nuestro cuarto, frágil velero que zarpó en un viaje sin retorno

Por nuestra mesa solitaria que se quedará muda sin el entrelazar de nuestros dedos

Por la llama de la vela que alumbraba nuestras sonrisas cómplices y que se consumirá huérfana en el alba

Por el espejo de nuestra alcoba que se empañará de olvido

Por nuestros retratos que se marchitaran en las noches ininterrumpidas de los pasillos desiertos

Por nuestras cartas que envejecerán despacio en los estantes polvorientos

Por los perfumes de tu cabellera que se llevó la brisa.

(….)

Por los árboles que sembramos cuando éramos adolescentes y que germinarán sin ser oídos de más nadie.

Por la huellas que dejamos en los caminos que recorrimos abrazados y que borrará la lluvia.

Por nuestra casa que permanecerá intacta y que anunciará otro lecho más frío y más soberbio.

Por éstas y por tantas cosas más

Yo tenía que escribir este poema

Para que algo nuestro perdure

Para que otro venga a esta casa, que vengan a este jardín

Que vean nuestros retratos y nuestra mesa

Sepa que nosotros existimos y que nos fuimos

Pero que en alguna parte, y para siempre,

Sigue el latir acompasado de nuestros corazones.

(Elie-Pul Rouche)
miércoles, 8 de diciembre de 2010 | By: Abril

Carta a un amante de telenovela


Ya no lo recuerdas, pero tu amor era tan loco que alguna vez, camino a una de nuestras citas en el Drug Store de Chacaito, caíste en uno de esos pozos que aún se forman en los lavadores de carros de El Rosal.

Pues así, cubierto de grasa hasta más arriba de tu impoluta camisa, cruzaste la calle y te dirigiste a una tienda de ropa, en donde te hicieron lavado y cambio de muda, para llegar a la cita con más de dos horas de retraso, que si hubieran existido los celulares, mi rabia se hubiese calmado. Pero allí estabas con un ramo de flores vestido de “Adams” con una seductora sonrisa y una labia de galán que echó por tierra mis malos humores.

Es una de las tantas historias que hoy repaso mirando viejas fotografías en las que apareces junto a mí lleno de vida, al volante de un mercedes “Caja de Fósforo”, con tu pinta de actor hollywodense, tus ademanes principescos, tu cuerpo de atleta ruso dispuesto a recorrer, tomado de mi mano, todos los maratones de la vida.

Nuestra telenovela esta ahí, paseando por las calles del Nueva Cork, abrazados alas orillas del Orinoco, cucaramados al pico de Bolívar, en nuestro recorrido por los Andes, bailando tango en “El viejo Almacén” de Buenos Aires o perdidos en la turbulencia de las calles paulistas.

Siempre en plan de emergencia ayer ricos, disfrutando de los placeres de la vida, de pronto, disminuidos, soñando los mismos placeres. En París, recibimos el año nuevo en un modesto bar marroquí. Y ahí está la fotografía todos con una roja nariz de payaso, la bocota encendida, los ojos maquillados, nos reímos hasta llorar tú, yo tu hija adoptiva, tu yerno, tus nietos ayer volviste a ver la fotografía y la pusiste en un marco “para recordar”.

Treinta años haciendo locuras ¿no es como mucho? Bueno, pasaron rápido, se fueron volando y es que nuestra vida ha sido una ruta de gozo por la que corrieron con generosidad los buenos vinos, los besos y las ternuras, las peleas y las reconciliaciones. Discutiendo por nimiedades y celebrando luego en pequeños restaurantes franceses de esos que abundaban en la Caracas de la cuarta. También celebrabamos en la cama. También exprimiéndole el placer a la vida y compartiendo gustos, Julio Jaramillo y Los Beatles; Bach y Celia Cruz, la gran amiga.

¿Pero que está pasando ahora que escribo estos renglones disparatados en su caligrafía?

Pasa, amor, que ya no estas, que ya no habitas este mundo, que se te ha ido la memoria cercana y de la lejana solo recuerdas a tus padres rusos, muriendo de amor con un mes de distancia. Pasa que miras y no ves, que caíste en otro pozo diferente al del lavado de carros: el del Alzheimer no hay muda para cambiar y nadie, ni tú mismo sabes para donde vas. Te enredas en un laberinto del que no aciertas salir, para disfrutar de lo que merecerías como premio a tu corazón de heróe de todas las batallas. Caminas por la vecindad con tu pinta de galán otoñal, tus cabellos plateados y tu bastón de falso ónix, atado a tu mascota que tiene nombre de goleador de fútbol. Hace unos días mirando la fotografía de los payasos e París, que éramos nosotros me preguntaste,
¿Y tu, quien eres?

Miraste hacia la ventana y cerraste los ojos mientras escuchabas una canción de Simona que decía: “Voy a apagar la luz, para pensar en ti”

Te Quiere: Mariale

Caracas 28 de Febrero de 2007

(Mª Elena Pabón, Finalista en el Concurso de Cartas de Amor de Montblanc 2007)

Carta a mi cuerpo


Cuerpo mío:

Me he comido las uñas de la mano izquierda. La levanto y me doy cuenta de que duelen los dedos, me miro al espejo y te invito a hacer ejercicio pero no encuentro respuesta. Eres necio, traicionero, vulnerable y vagabundo y como serás mi compañero hasta que la muerte nos separe hoy debo escribirte para sellar lo nuestro.

Te hablo yo, la que vive dentro de ti, agradecida, emocionada y resignada a tenerte. La verdad es que supe que algo andaba mal entre nosotros cuando no gané el Miss Venezuela, pero entonces no sabía que nunca podría cambiarte. Te recuerdo la vergüenza que me hiciste pasar con el primer desfile en bikini y fue a la fuerza que entendí que solo te gustaba el traje de baño entero.

Te reprocho los pelos en las piernas, las axilas manchadas, la acidez constante, los dolores de estómago, las palpitaciones y el suplicio de la regla mes a mes. Ni hablar de las alergias y los ataques de asma que por tu culpa tuve que atravesar en mi niñez.

He luchado por hacerte diferente pero tú no lo has permitido, por eso admiro tu firmeza y determinación. En realidad te odio y te quiero porque has sido bueno y malo a la vez. Nadie como yo sabe que hambriento eres capaz de cualquier cosa, doblegas mi voluntad para comerte lo primero que encuentras y luego te desparramas sin importarte que yo cargue con la culpa y tú con los kilos demás.

Te agradezco el rostro, el cabello hermoso y por el vientre plano que tuve alguna vez, por hacerme lucir el vestido negro más bonito de aquella noche que sólo tú y yo recordaremos, por aceptarme como soy, por dar a luz a mis hijos en partos normales pues no requería cesárea. Te ofrezco mis disculpas por lo de la mamoplastia reductora, pensé que sería por tu bien y te hice un daño irreparable, pero entenderás que el by pass gástrico fue la mejor decisión porque ya no me aguantaba más las dietas.

En otros asuntos no tengo queja alguna de tu actuación. Siempre te acoplas a los vaivenes del deseo porque lo tuyo es pasión, dejando para mí el rollo de los sentimientos y la razón. Hemos vivido momentos increíbles, queridos o no, sentidos o no y tú siempre has estado allí para mí.

Envejeces con orgullo mientras yo me regodeo en la experiencia y la reflexión. Veo como el paso de los años te deteriora y a mi me fortalece. Es un placer habitarte y como sé que algún día tendré que abandonarte, si ya estás viejo o tendido en una cama o como quiera que lo de morirnos tenga que acontecer, sabrás que siempre has sido “mi” cuerpo, solo mío y de nadie más.

Con todo mi amor,

Yo

(Betsy Balestrini P, Carta Finalista en el Concurso de Cartas de Amor de Montblanc 2009)

En el mar imaginario de tu recuerdo...


Aquí sigo, detrás de mis atardeceres de ventanas a un mar imaginario con lluvia, esperando a que des alguna señal de vida. Te echo de menos, pero se ve que el sentimiento hoy no es bidireccional.

No, no quiero caer en la estúpida defensa del reproche. Nuestro amor no se lo merece y en memoria de él y de todo lo que hemos vivido, sólo quiero saber que estás bien; que tu ausencia no acaba en una tragedia de esas con las que siempre has bromeado; sólo dime que vives una vida maravillosa en otra compañía y aceptaré definitivamente la derrota, pero no me dejes en la incertidumbre, no la soporto. Odio los misterios. No sé seguir las pistas y lo sabes. Soy lineal y simple. Sólo tengo dos dimensiones y en una de ella sigues habitando tú. No tengo recovecos en los que guardarte rencor, pero no calles ahora, porque tu silencio me hiere.

No encuentro palabras con las que organizar la despedida que te mereces, sólo pensamientos desordenados que se atropellan sobre el teclado porque quieren irrumpir todos a la vez, amor.

Y a partir de ahora…volver a empezar. Debería de estar acostumbrada, pero creo que hay cosas a las que el corazón nunca se acostumbra lo bastante y todas las veces se parecen a la primera vez. Cambian los nombres y los objetos que nos atan los recuerdos a las costuras del pensamiento, pero los sentimientos son idénticos a pesar de la experiencia que tiene ya en rupturas y abandonos la imagen que me acompaña en el espejo…Tendré que hacer recuento de barcos hundidos y salvar lo que me queda de este nuevo naufragio sentimental.

Me llevo conmigo nuestro primer encuentro. Tengo tu imagen congelada sobre la barra de la cafetería donde nos vimos y allí te quedarás para siempre, pase el tiempo que pase, como si me esperaras todos los días de mi vida en aquella cafetería del centro. Ese será tu lugar, como si me esperases siempre impaciente, con esos ojos tristes tan bonitos que no se atrevían a mirar los míos. Y yo que acudí tan segura de que lo nuestro iba a ser sólo amistad, y ya ves…aquí ando desde una ventana del mundo que mira a la lluvia, contemplando un mar imaginario sobre el que se dibuja tu recuerdo y se hunden mis ganas de ti…

(La Dama)

lunes, 6 de diciembre de 2010 | By: Abril

Carta de navegación hacia el cuerpo amado


Viajo tu cuerpo buscando el cielo, entre las tormentas de tus piernas y el oleaje de tu cabellera, perdido y sin buscar ayuda, con sólo mi instinto como brújula y la emoción de tu aliento hinchando mi velamen.

Caminos que se cruzan, desdoblan, replantean y emergen sobre al territorio oscilante de tu piel, a veces amplia y extensa como un prado después de la lluvia, a veces claveteada como una arena viva con los cardos amables de tus poros erizados, a veces misteriosa como cuando me busca para luego alejarse, turgentes a veces y otras dormida. Errantes y sin querer hallar la ruta, mis dedos se pierden complacidos por tu geografía tentadora, meciéndose entre tus valles, remontando cada sinuosa protuberancia, extraviándose en la frondosidad de tus selvas, solazándose en la calidez de los mares que encuentran, deslizándose por la longitud de tus piernas, deseando abarcar la turgencia de tus senos, sosteniéndose en la solidez de tus nalgas, anhelando enraizarse en el vacio penetrante de tus besos profundos.

Subo y bajo los linderos de tu cuello como buscando definir una travesía en la que solo me interesa extraviarme, me descuelgo por la cascada sutil de tus vértebras para escalar lentamente las colinas allende tu espalda, nadarlas, circundarlas estructurarlas como coordenadas de un mapa que me inflama. Bajo los caminos de tus muslos, sin prisa, indagándolos, acariciando las señas de tu emoción arribo a la concavidad del arco de tu rodilla, a la altura breve de tus pantorrillas, al peñón brillante de tus talones y me entrego a los caminos de tus dedos. Promontorios traviesos que correteo como un niño, hasta hacer que te voltees y encomendar mi mano a le incitante aventura de escalar tus piernas, otear las carnes que me esperan, sumergirse en el valle de tu ombligo, delinear tu abdomen, abandonarse en las mareas de tu respiración que se acelera, escalar el sinuosa perfil de tus senos amotinados, bajar por la línea de tu centro, rodeando cada costilla con la anticipación de una espera prolongada, anclarse en tu mangar fogoso y rastrea sus mares y, en sus pliegue, sus cuencas y pasajes, la densa noche de tus calores y mis ansias.

Nacen dedos en la lengua, ojos en la nariz, orejas en las uñas, papilas en el tímpano y la expedición se extiende, con sus provisiones en alerta, el cuerpo todo hecho sentido envolvente, una sola caravana de múltiples pasajeros integrados sin acuerdo en un itinerario que los despierta en cada espacio que adivinan, intuyen, descubren, trazan, proponen. Con decisión de cartógrafo inscribo cada recodo en la memoria para entre el rumor distante de los olores y la serena pulsión del recuerdo, agitar mañana los ecos de esto extraños y el deleite de algún nuevo viaje posible.

Al sur de tus pechos, al norte de tus rodillas, al este de tus brazos y sobre el horizonte de tus ruidos, entregarte el mar amplio de este viaje infinito y, como yo, cierra los ojos para que solo el tacto vea, descifrando cada matiz en la fotografía ardiente que vamos revelando en la yema de los dedos, en el ritmo creciente de los latidos, en la certeza, inevitable, de que la luz es una convicción interna,

personal, intransferibles, que agita el aliento desde adentro, como un fuego, en los largos, casi eternos instantes en que, como un latigazo desplegado desde las sienes hasta los talones, el barco arriba al puerto y las tempestades se juntan en este gemido simultáneo de humores y caricias.

Cansados, entregados, integrados, los rincones duermen el uno sobre el otro, mientras lentamente, los dedos se devuelven sobre los caminos explorados, como tratando de encontrar la ruta del regreso a la tierra áspera en que volverán a ser simplemente dedos, y los labios labios y solo pelo el pelo y el aliento apenas un aliento. Aunque la sola promesa del territorio conocido, la esperanza sola de un nuevo recorrido, los regresa a su, campo cotidiano con la fuerza de un nuevo viaje posible, aquel en que, entregados a la geografía de los cuerpos, volverán, a ver los dedos y a oír los labios y a ondear el pelo y a tocar el aliento, cuando el norte se viste de pezón, los valles se humedecen y la noche se ilumina en texturas solo descifrables por el pausado reconocimiento de tus formas.

(Enrique Larrañaga, Finalista en el Concurso de Cartas de MontBlanc 2010)
domingo, 5 de diciembre de 2010 | By: Abril

Carta para Beatriz


Bea:

Ha pasado un día. Un largo día. Quizás no es mucho tiempo como para andarse escribiendo cartas, lo sé. Pero ahora mismo siento que es la mejor manera que tengo para convencerme de llevar a cabo eso que, con dolor, convenimos. Que puede ser verdad, es cierto. Que es necesario, lo ignoro.

Catuche no ha digerido muy bien tu ausencia. Se la pasó toda la noche entre el mueble rojo, la mesa del comedor y el revistero del balcón. Imagínate, ese que siempre ha odiado. Esta mañana se asomó a la habitación pero ahí mismo reculeó, seguro porque comprobó que no había sido un mal sueño, que de verdad no estabas. Quizás pensó que no tenía demasiado sentido saltar a la cama sin tu cuerpo abrazado al mío, que no existe placer en arañar las mantas de una cama donde yace un tipo solo. Quizás para él, el amanecer no sea otra cosa que espiar la porosidad de tu sueño, el destilar del aliento en la atmósfera silenciosa de la mañana. Tampoco ha querido comer, no hemos querido comer. En mi caso es probable que sean los latigazos de esa dieta tan forzada que se llevó nuestros kilitos de más pero, al parecer, también nuestro humor y paciencia.

A lo mejor Catuche está triste porque no entiende que dos personas se puedan separar de un día para otro, pero a veces pasa…Los gatos no tienen por qué entender cosas de esta naturaleza. Ellos viven el día a día, echando vaina todo el tiempo, saltando de un techo a otro, como solíamos hacerlo nosotros, brincándonos encima una y otra vez, del día a la noche, la noche entera, por toda la casa, por toda la ciudad, salpicándonos de amor, fruición y delirio porque el mañana no importaba si se tenían fuerzas para estallar los infinitos rincones del ahora…Ya se le pasará.

Tampoco ha sido fácil para mí, pero mírame aquí escribiendo estas líneas más calmadas, tratando de reformar mi letra de cirujano para que no esfuerces tanto tus ojitos, para que comprendas que…Ah, lo olvidaba ¡Dejaste el limpiador de tus lentes! Has dejado muchísimo más, pero sé como eres de obstinada con los cristales. Avísame si lo quieres y te lo llevo de inmediato, así…puedo pasar rápido y dejarlo con el vigilante o esperarte abajo si prefieres. No quiero usar el teléfono no quiero toparme de casualidad con la voz de Inés ni con Rodrigo, ellos no entenderán nunca lo que estamos pasando por más que intentes explicárselo. Pero sé que no les has dicho nada. Sé que te miran con incomprensión y, en busca de respuesta, lo que hacen es llamarme una y otra vez, pero igual no atiendo.

Yo tampoco he hablado con nadie más, no sé que podría decir: Beatriz se fue, Beatriz me dejó. Esto no sería problemático, la dificultad vendría cuando preguntasen el por qué: No sé, porque nos amamos demasiado, dos personas no deben quererse tanto, el matrimonio se debe nutrir con monotonía no con pasión, cosas así.

He tratado de llevarlo mejor que ayer, cuestionándome cada minuto si es acertado lo que hacemos, pero me distraigo con las posibilidades de que nada de esto sea real: ahora mismo imagino que sigo aquí escribiendo y llegas tú de puntillas, silenciosa, me tapas los ojos con tus manitos para asustarme, como lo haces siempre. El susto lo recibiría tan grato. Dejaría el bolígrafo y te tomaría por las muñecas para abrir tus palmas y lamer con suavidad y devoción esas líneas de destino que no sé por qué rayos se expandieron hasta más allá de nuestros deseos, como si al porvenir no le importásemos…Y creo que es verdad, esto debe ser nada más que una trampa, un ajuste de cuentas por mucho que hemos despreciado al futuro revolcándonos en la intensidad del presente como los gatos locos que siempre hemos sido, iguales a Catuche que ahora mismo está diciéndome con su mirada: Dile, es el momento, dile lo que querías decirle, lo que siempre ha querido escuchar.

Pero Bea, si lo supiera lo hubiese dicho. Se me agotan las palabras. Las palabras no sirven para nada si sólo postulan ésta lejanía como única solución. Si vieras los ojitos de Catuche, si escrutarás más allá de lo que nosotros avistamos, sabrías. Y sé que lo sabes. Por eso, he decidido esperar. Pero no aquí en casa. Cuando estés leyendo esta carta, ya estaré sentado en la entrada del edificio en el que estás.
Esperándote.

Si no quieres bajar ahora, igual me quedaré. Como el chamo de aquella película italiana que vimos alguna vez, que pasó noches y noches frente al balcón de su amada, aguardando a que ella lo aceptase.

Yo, más desbocado aún, estaré noche y día. Catuche está conmigo. Si debemos esperar, lo haremos. No regresaremos a casa sin ti. Aquello no será casita hasta que volvamos los tres.

(Víctor Ojeda, 1er Premio Cartas Pasionlaes, Concurso MontBlanc 2010)

viernes, 3 de diciembre de 2010 | By: Abril

Despedida al amor de mi vida


A partir de hoy me echarás de menos, tendrás que aprender a vivir sin mí. No es difícil. Yo he aprendido los últimos meses a vivir tu ausencia como el gesto más cotidiano de mis días. Comenzaste por dejar de mandarme mensajes y regalos casi a diario como hacías antes. Después olvidabas despedirte con “un beso cariño” o con un “te quiero” o un “no me olvides nunca”. Dejaste de preguntarme si tú eras el hombre que desterraría en mi memoria el recuerdo de los anteriores, cuando empezaba a acostumbrarme a tus pequeños ataques de celos con los amantes que alquilaron una habitación en mi pasado. Yo nunca te respondía. Tal vez si acaso una media sonrisa cerraba nuestras conversaciones y algún beso robado en una cafetería en la que vivir nuestro amor prohibido…

Ahora tú también tienes un número y empiezas a ser pasado, justo cuando acabe esta carta que no pensé escribir nunca cuando nuestro amor lo inundaba todo como la lluvia que cae hoy detrás de la ventana. Me prometiste besarme un día bajo la lluvia. Me voy sin haber probado tus labios bajo la lluvia. Yo tenía esa ilusión que ahora me llevo conmigo sin haberla hecho realidad. No importa, me llevo tu promesa. La deuda queda saldada. Guarda tus besos de lluvia para la que ocupe mi lugar. Me marcho con la poca dignidad que me queda en la maleta después de haber intentado llevar una vida razonablemente normal a tu lado con las limosnas de tiempo que guardabas para mí.

No quiero echarte en cara nada, amor…(qué duro me resulta despedirme de ti sabiendo que aún te amo)…Yo acepté lo nuestro con sus reglas y creí que sabría ocupar la segunda fila en tus pensamientos…Incluso llegué a creer, en la ingenuidad de la ceguera que provoca el amor, que ocupaba la primera fila…Pero no. Sé que me quisiste mucho durante un tiempo, lo suficiente para decirme que de haberme conocido en otras circunstancias, nuestra vida juntos tendría un bonito final. Pero debe de ser que estoy condenada a vivir finales tristes, con despedidas improvisadas…que apenas tengo hecha la maleta para salir de tu vida y aquí me tienes, diciéndote adiós.

Qué difícil amor, qué difícil…saber que a partir de mañana mis amaneceres se quedan huérfanos de tus “te echo de menos” y tus “me muero de ganas de verte”. Qué difícil saber que los atardeceres desde mi cornisa nunca volverán a ser los mismos sin tu compañía y mis tardes de café no tendrán tus encuentros…

Qué difícil amor, qué difícil…

(La Dama)

jueves, 2 de diciembre de 2010 | By: Abril

Carta al Amor


No sé si querrás leer esta carta. Supongo que sigues ofendido y que recuperar lo nuestro será más difícil que echar para atrás el cambio climático, alcanzar el Everest, sacar la cita del pasaporte … ¡o todas las anteriores! Aún así, Amor, asumo el riesgo de quemar mi último cartucho contigo, o sea, disparar esta carta en el mero centro de tu rencoroso corazón.

¿No te alegra, en el fondo, saber de mí después de tantos años?, ¡Nuestra relación es tan larga como mi memoria!. Comenzó exactamente en el tercer grado de la escuelita municipal aquella, ¿Recuerdas?. ¡Los irrepetibles años sesenta!, El movimiento Hippie, Los Beatles, la Era de Acuario y ¡por supuesto!, El Apolo 11. Te llamabas Fernandito, Amor, y estabas sentado en el pupitre de al lado. Me mirabas con cara de “¿qué le pasa ésta loca?” cuando decía, “¡Toma Fernandito, te regalo mi merienda!, ¡Y mis legos!, ¿Quieres mis creyones?”. En un arrebato de pasión precoz casi te regalo mi Barbie Visage 1963, ¡Mi única Barbie!, ¡Eso ya era como mucho con demasiado!

Fue así, Amor, como entramos en contacto. Tu primer chiste malo conmigo fue el 20 de julio de 1969, ¡Ni que lo hubieses calculado!, El día exacto que el capitán Armstrong posó un pie en la superficie lunar… ¡Fernandito se cambió de Escuela!. Aquel fue el día que se produjo un gran paso para el hombre, un salto gigantesco para la humanidad y… ¡un soberano barranco para mí infantil existencia!. Como era una niñita no comprendí que estaba deprimida y la verdad, eso de aprender a multiplicar “llevando” era tan complicado que la tristeza se diluyó, en progresión geométrica, con el avance de mi educación primaria.

La segunda vez que supe de ti, Amor, había entrado de cabeza y sin fórceps a ese sudoku emocional que llaman adolescencia. -Me llamo Claudio Arquímedes-, dijo él… ¿Claudio Arquímedes?, ¡DIOS QUE NOMBRE!, ¡Homérico, epicúreo, galvánico, fisicoquímico!”, aullé. Además, era idéntico, ¡igualito! al solista de los Bee Gees. Me enamoré ipso facto, sin cura, sin resistencia. Las rodillas me traqueteaban como un trapiche viejo en su presencia y sólo podía respirar completo, o sea, suspirar, cuando se le ocurría voltear a mirarme ¿Lo recuerdas, Amor? Enloquecí. Quería ser su novia. La cosa no estaba fácil porque después de aprender a multiplicar “llevando” se me desató la vena aritmética y sólo sacaba veinte. Es harto conocido que no hay nada peor que ser la cerebrito del salón si lo que se quiere es enamorar al bello de la película. Pero ¡qué carajo!, decidí enrollarme el pelo en papel de aluminio para parecerme a Donna Summer, La Pantera de Boston. Eso tendría que gustarle ¿no?.¡ Yo sabía, yo tenía la certeza de que Claudio se fijaría en mí y me invitaría a comer un helado! (signo inequívoco de que terminaríamos casándonos).

¿Recuerdas lo que pasó, Amor?. Descubrí que Claudio ya era novio de la Reina del Liceo quien ¡por supuesto! ni era gordita, ni sacaba veinte en matemáticas como yo. ¡Hubiese preferido otra muerte!. Durante un mes mi único alimento fueron las barajitas del álbum “Amor Es” que me comí, una a una, con pega y todo. ¡No me convertí en anoréxica porque en los años setenta esa vaina no existía!

Cuando volví en mí tenía dieciocho años y estaba haciendo la cola para inscribirme en la universidad. No esperaba que rondaras por ahí, Amor, pero…

Robertico era rural ma non tropo, ingresos superiores al promedio y con un verbo de moto sierra capaz de desquiciar a cualquiera. ¿Su hobby?, ¡Sacarme la piedra!

“Mira caraqueña… de verdad ¿Tú no sabes lo que es el ponsigué?” me decía inclemente con su sarcasmo endógeno. “¡No, no sé! ¡Y qué!” ¡Le odiaba! De tanto odiarle, obvio, comencé a adorarle. Justo cuando me disponía a darle el beso que le convertiría de batracio en mi cónyuge… ¡zas! ¡Agarró sus maletas y se fue de mi vida por siempre jamás!

¡Ese out con las bases llenas sí me dolió, Amor! Llena de bolero, vestida de tango y como recién arrastrada por un tsunami, comencé a analizarte. Llegué a la conclusión que tú, Amor, eres cruel, agotador, malversador y mala gente. Decidí comenzar una nueva vida sin ti. ¡No más AMOR! ¡No más taquicardia, no más conjuntivitis, no más desvelos!. Te sentencié al exilio… ¡Mi vida sin ti no conocería el dolor!

Cerca de los treinta decidí que debía casarme. No me impactó, Amor, que no estuvieras involucrado, ¡Al contrario!, Escogí el novio, la casa y hasta el recetario únicamente con el cerebro, con la razón. Para hacerte el cuento corto, Amor, te diré que me divorcié y que lo único que funcionó de aquel episodio inviable fueron las recetas del libro “Mi cocina a la manera de Caracas” de Armando Scannone.

Cuando me independicé y comenzaba mi segunda República, me dediqué a buscar lo que toda cuarentona libre, solvente, sin hijos e inmune al Amor aspira: ¡encontrar un novio diez años más joven para subir la autoestima y bajar la angustia!. Diez años después, es decir hoy, lo único que me quedó de la loquetera fue un “ex” que todavía quiere que lo mantenga, una tendinitis crónica (de cuando aprendí a bailar reggaeton), una soledad del tamaño de una catedral y ... ¡esta cosa rara por dentro!… ¡Este vacío!… ¡Esta urgencia de no sé qué, Amor!

¿Será que extraño la sensación de querer regalar mis juguetes a alguien sin esperar nada a cambio?. ¿Será que ya no me miro en el espejo para agradar a alguien que no sea yo misma?. ¿Será que no es tan malo ser bolero, tango y noche porque, en el fondo, hasta el peor despecho es mejor que esta insoportable, tediosa y ridícula paz?.

Yo creo que esta vez sí, Amor, las respuestas son todas las anteriores.

Por eso te ruego… ¡Vuelve a mi vida Amor!, pasa un día por la casa. Llega con el nombre que quieras… Quédate el tiempo que puedas. No vas a interrumpir nada.

Ni siquiera he tenido la valentía de asumir plenamente tu ausencia comprándome el perrito que me recomendó el terapeuta… ¡para olvidar que la vida sin ti es una soberana mierda!

¡Perdóname chico! Porque, ¿sabes? Aunque no lo creas, Amor…

¡Hace rato que yo a ti te perdoné!

(María Angélica Taisma, 3er lugar en el Concurso de Cartas de Amor de Montblanc 2010)

miércoles, 1 de diciembre de 2010 | By: Abril

Carta a Marucha


Marucha, amor

Quiero escribirte ahora las cosas que te dije cuando quizás ya no me oías y las que no te dije en la terrible noche y madrugada de nuestra inesperada despedida. Te susurré casi al oído, “te me escapas amor en los mejores años de mi vida y en el hermoso otoño de la tuya”. Te debo tantos besos todavía, tenemos una deuda de caminos y no puedo mirar sin tu mirada. Te dije muchas veces con ternura que tu mano en mi mano era la vida, que mi paso sin ella vacilaba y que si no la tengo, si me falta, no sé cuánto podré seguir sin alcanzarte para poder mirar tus ojos y besarlos. Como siempre te digo que me esperes porque voy a seguirte donde vayas ya que tú me dijiste que algún día seguiríamos juntos como antes por todos los lugares que marcamos en el viejo cuaderno de los sueños. Hoy frente a lo inexorable, le estoy rogando a la Virgen que no sufras, que estoy y estaré contigo, con tu imagen y con tu suave mano entre las mías. Aún así, desesperadamente te ruego, no me dejes. También quiero decirte que contuve mi llanto y contemplé tus ojos. Tu dulce y cálida mirada me dijo que me oías y una leve, casi tenue sonrisa para mi, llena de amor se dibujó en tus labios. Me incliné, aproximé mi rostro al comprender tu invitación y nos unimos en el beso nupcial de nuestro aniversario de boda. Sentí que te me ibas al retener tus manos sabiendo que ya no volverías. Luego sólo atrapé la esencia de tu voz y tu aliento como reflejos que fueron muriéndose lentamente. Te fuiste silenciosamente con la mirada viva y el semblante apacible. Tu imagen encantada serenamente bella, amanecer de trinos, parecía una diosa. Debe ser lindo el sueño, tu sueño, en la estancia divina que visitas.

Marucha, amor.

Te escribo como antes, como siempre, sin esperar respuesta escrita ya que todas tus cartas eran el abrazo del encuentro feliz, mi llanto en tus mejillas y tus cálidos besos. Sabes que nuestro viaje era distinto, íbamos a renovar los votos luego de seis décadas y un año de nuestra hermosa aventura matrimonial en una linda y pequeña iglesia perdida a orillas de un gran lago. Allí acudí con tu imagen para cumplir nuestro plan interrumpido. Ya que no estaba solo porque sentí que estabas a mi lado y que escuché tu voz cuando parados en el altar, frente a Dios, dijimos a una sola voz ACEPTAMOS.

Recuerda amor entre lo que no pude repetirte esa noche llevaba la carta de nuestras bodas de oro. Ahora te la envío de nuevo porque sé que puedes oír y ver lo que digo, lo que escribo. Esa mañana de abril te pude decir cómo miré la luz tímidamente y recogí la brisa, estabas en la luz y en la brisa represando mis sueños, mi ansiedad. Tu imagen y la mía confundidas eran un solo canto, una ilusión y una carta de amor no terminada. También te recordé cómo transitamos sin huella y sin camino un horizonte ilimitado y juntos, más allá de la voz y la palabra, con la mirada dulce de tus lagos, mi tristeza escondida y tu mudez serena, vimos morir el sol y despertar el alba. Medio siglo detrás de tu perfume, persiguiendo tu voz y tu reclamo, medio siglo arrullado en tu regazo, prendido de tus ojos y tus labios. No sé hasta dónde me dejarás llegar en tu jardín, no imagino cuánto tendré que amarte, cuántos años recorrerán mis dedos tu cabello, mis ojos tu mirada y mis labios tu piel, sólo sé que tu imagen y la mía confundidas en una sola voz y la palabra, ansían tejer un horizonte ilimitado, un canto, una ilusión y un sueño sin ocaso.

Como ves, debes ver desde tu nuevo mundo, que sería prolongar el tiempo que se volvía final para seguir diciéndote las cosas que te dije tantas veces y las que no te dije, que recorrimos el mundo tomados de la mano, temerosos a veces, cautelosos luego, pero llenos de amor y fuego. Sin planes ni caminos, tan solo con azules y estrellas adornando los sueños. Sabes que así empezó nuestra aventura donde todo intento fue bueno, todo instante sublime y ni siquiera lo pensamos, simplemente lo hicimos. Recuerdas amor cuando te dije en nuestras bodas de oro: -si tuviera que hacerlo una y mil veces más contigo, lo intentaría de nuevo-

También quiero que sepas amor mío que al dormir para siempre tus pupilas, lloraron las estrellas sobre el campo cataratas de luces y colores cabalgando veloces la hondonada al recibir mi llanto desbordado. Rayos de luz persiguieron al viento hasta alcanzar las nubes peregrinas, párpados, nimbos, ocultaron tus ojos del titilar mezquino, más bien tenue, de los luceros mañaneros.

No imaginas como llovió copiosamente para que todas las menudas perlas elevaran tu brillo al universo en su entrega final, tu despedida.

Te contemplé dormida entregando a la aurora tu mensaje de gloria, tu sonrisa leve, al tiempo que le dabas el aroma de pétalos viajeros cuando tu imagen vaporosa se elevaba hacia el cielo.

Amor, imagino el sendero para llegar a ti, de nuevo, detrás de tu perfume entre las flores y luces esparcidas al renacer en perlas el alma de las fuentes. Buscaré al mensajero y esperaré que llegue nuestro encuentro, la promesa, cuando vuelva a llover copiosamente.

Marucha…Marucha, no puedo concluir esta misiva, mi alma, sin expresarte que esta lucha es muy dura, es una lucha silenciosa entre la realidad y los recuerdos, una puesta en escena que se prolonga día a día pidiéndome abandonar la pena. ¿Cómo dejarla , borrarla, sin olvidar la imagen y el recuerdo?. ¿Cómo ignorar los ecos y sonidos de unos pasos, los tuyos, que siento a cada instante y el aroma, tu aroma, que envuelve mis sentidos tal que si en realidad estuvieras aquí?.

Amor…amor, fueron seis décadas y un año detrás de tu perfume y ahogándome en la luz de tus pupilas, recorriendo abrazados nuestro mundo dichosos y embriagados de felicidad.

Seis décadas y un año envueltos en un mundo de ilusiones acariciando metas, persiguiendo destinos, abonando con besos los reclamos, renovando promesas con perdones.Marucha…amor, fueron seis décadas y un año hablándote al oído dulcemente y contemplando mudo y extasiado tus silencios que hablaban. Por ello de nuevo te prometo que esas seis décadas y un año, nuestra vida, seguirán siendo el sueño que soñamos y la hermosa aventura que vivimos.

Francisco.

(Francisco Gutiérrez, 1er Premio del Concurso de Cartas de Amor de Montblanc 2010)
sábado, 20 de noviembre de 2010 | By: Abril

Ayer fui agua...


Densa y turbia como el petróleo llegué a tu lado. Impura y revuelta. Agitada me dejé conducir por remansos de asfalto hasta el delta de un, aún, desconocido paraíso; mientras el mundo real se oscurecía y difuminaba ante nuestra mirada, reflejando sombras de vida sobre un embalse de ensueño.

Me sumergiste en el vacío dando bautismo a mi ilusión inocente, inundándolo todo de nada y, con el sonido del silencio en los oidos, buceamos por la calma olvidando, en un segundo, el tic-tac de los relojes de arena.

Agradecímos la dulce poción que los Tritones nos brindaron en aquella parcela de cielo donde, tendidos junto a nuestros recuerdos para que el calor de las palabras los secaran, cuando las olas de tu ojos llegaron hasta mi orilla, tu mano rozó la mía.

Nos recibieron las estrellas al tomar tierra, dejando vano su lugar en el firmamento; confundiendome hasta creerme dueña del aire con el que me mezclé para acariciar tu cara y enredarme en tu pelo. Y cuidaste de mi, saciando la sed con besos borrachos de ternura y el hambre, ofreciendote desnudo para amasarte y devorarte como un pastel caliente.

Tras el último gemido, me licué en tus manos destilando gotas de placer que se condensaban en las concavidades de mi espalda, hasta ser solo un charquito en ebullición, evaporándose y alejándose de tí para reunirse con las mariposas que duermen en el techo de mi cuarto.

(Del Blog: "Desnuda no es sin ropa")
sábado, 6 de noviembre de 2010 | By: Abril

¿Dónde?


Esto, que a continuación leerás, no es un reproche. Ignóralo, siéntelo, u olvídalo. Haz con ello lo que quieras, porque sólo tiene un dueño.

Mañana, once de Mayo, a las ocho de la mañana, el reloj en mi muñeca izquierda, marcará trescientas horas de tu ausencia. Trescientas horas que pesan como trescientas losas, pero tan sólo cubren, una quinta parte de las mil cuatrocientas ochenta y ocho que me regalaste con tu presencia.


Por eso, mañana, once de mayo, a las ocho de la mañana, pararé el reloj de mi muñeca izquierda; no le permitiré que siga contando las horas sin ti, y lo cambiaré por otro que cronometre únicamente las mías. Contará las horas en las que pueda sentirme sola y vacía, las horas de sonrisas y las de caricias nuevas, contará las horas de sueño que no volverán a tener segunda parte. Serán horas de las que me sentiré orgullosa, pues desde las que viví contigo he aprendido a quererme más, como tú me querías y a verme mejor, como tú me veías.

He de pasar esta página, sé que lo entiendes, pero desde que soltaste mis manos, a duras penas salen de ellas, palabras que no te llamen.

Hace casi un año empecé a escribir en este cuarto donde me siento cómoda, y colgué en sus paredes posters con tu imagen. Me inspirabas y, rozando con las yemas el papel satinado, fantaseaba como una adolescente en compartir tiempo contigo. Lo hice, y la realidad superó todos mis espejismos.

Lo sé... ¿Qué mas podía desear ya? Cualquier cosa hubiera sido desmedida.

Sólo quiero decirte, mi niño, que todo este tiempo, aunque intenso, me ha sabido a poco. Que no olvido tus promesas, ni las mías. Que la banda sonora de un pretérito perfecto no sonará durante algún tiempo (no soy tan fuerte) , pero han sido unos días maravillosos los que he vivido contigo.

Guardaré el reloj, junto a sus horas, sobre un pañuelo aún húmedo. Rellenaré los espacios huecos con papeles impresos de bromas nuestras, de risas tontas, y “tequieros” sin término, y envolveré el petate con las imágenes que decoraban esta estancia. Ahora solo mía. Pero aunque el hombre tenga los pies de barro, no dejaré de adorar al héroe.

Hemos de repartir los gananciales. El más sórdido momento en toda relación que acaba: Tenemos una casa construida entre los dos. ¿Quieres la mitad de los ladrillos? ¿La demolemos juntos? El orgullo me pide que te la entregue entera, fingiendo que no me importa; pero me he propuesto amordazar, hoy, a mi parte mezquina, y te ruego que, sabiendo lo mucho que para mí significa, la incluyas a mi nombre en tu testamento cuando desees que te dé por muerto. Yo la visitaré de vez en cuando y tal vez, algún día, vuelva a ella y la alegre con una maceta. Dejaré abiertas las ventanas, por si tu espectro decide hacerse corpóreo y registrar los cajones o dejar una nota bajo mi almohada.

Aún me queda mucho por saber de mí, solo sé que me dueles. Pero no por qué, ni dónde.

(Del Blog: "Desnuda no es sin ropa")
martes, 19 de octubre de 2010 | By: Abril

Carta a un amor imposible...


Déjame decirte, déjame contarte…

Quiero que sepas lo que siento y he sentido hasta ahora, necesito que comprendas que nunca te olvidé, que fuiste la luz que ilumina el final del túnel…que no reniego de ti porque no te quiera, porque hayas pasado a ser un vago recuerdo que va tan rápido que casi ni pueda alguien asimilar, no, es por algo más duro, más cruel, es por una realidad, y no es un hasta nunca, es un hasta siempre…en mi mente, en mis pensamientos, en mi corazón…es algo que siempre tendremos tú y yo, es algo…indescriptible. Déjame que te explique que entre tú y yo hay una puerta, una que se abre y se cierra, pero permanece cerrada, y aunque tú a un lado y yo al otro queramos abrirla…nos es imposible, porque el destino…nadie lo controla. Y ahora que sabrás cómo me siento, déjame contarte qué es de mí ahora. Ahora no estoy sola, no, ni amo locamente a alguien, al menos no tanto como un día te amé a ti, o como te pueda seguir amando toda la eternidad. Sí, tengo a alguien, a alguien que me sirve de consuelo, que necesito, porque sin él nadie ocuparía el gran vacío que dejaste (y no te enfades, tú y yo sabemos que yo acabé con todo, pero porque me di cuenta de que esto era un amor imposible)…Tú y yo…Tú y yo estábamos hechos el uno para el otro, hasta ese maldito día en que algo me hizo ver la realidad, hasta que algo, cualquier cosa, me dijo…no sigas creyendo que corriendo llegarás…pues si el destino no lo quiere, en este pasadizo, no hay final.
Y ahora es cuando te doy las gracias, las gracias por haber sido un recuerdo inolvidable para mí, un amor, un todo, y un todo completo, sin faltas, sin secretos, sin sobras…Las gracias por haber sido una inspiración, por haber sido el ave que pasó en plena tormenta, cuando esta fotógrafa, sin sueldo alguno, ya se había rendido a sus ganas de morir. Gracias por haberme devuelto la alegría en ese tiempo que vivimos en nuestro mundo de fantasía, gracias por dármelo todo, porque ese todo era amor, y era lo que yo necesitaba. En fin…gracias por haber sido una inspiración para mi, por haberme hecho feliz…
Esperaré en silencio y sentada, tranquila, sin ansia alguna, como he acostumbrado a hacer…viviendo mi vida, sin girarme a mirar si la puerta se abre o se cierra, o si el final está muy lejos, me contentaré pensando que tú eres ese final de cuento, que no sé si queda mucho para tenerte de nuevo…que no sé si quiera si algún día volveremos a estar juntos y no parecerá una locura, o una ofensa a los cuerdos, por así decirlo. Pero esperaré sin prisa, porque si esto está escrito…sé que llegará, y sé que tú, llegarás con ello.
Atentamente, quien solo tú y yo sabemos, lo imposible, lo borroso…simplemente, un recuerdo.

(Anónimo)
viernes, 15 de octubre de 2010 | By: Abril

Pequeña -pero nada breve- carta de amor al hombre de mi vida


Carta de ella

Francisco:

Hoy quiero escribir. No, no, no estoy comenzando bien. No solo quiero escribir… no se trata solo de mi ritual sagrado y consagrado de las noches, donde hago sangrar, aunque sea a la fuerza las yemas de mis dedos en el intento, inocente y persistente de crearme un oficio, una disciplina. No. Esta noche necesito escribir, las letras salen solas y con fuerza y se apilan en pequeños montones….

Siempre fui una niña mala. Mala por que era diferente, mala porque era solitaria, mala porque nunca encontraba mi lugar. Siempre fui la chica rara, la loca de la casa, la aislada, la huraña. No tuve con quién compartir mis anhelos, mis sueños, mis más secretos temores: las lágrimas siempre se saboreaban solas. ¿Sabes? Pasé noches, largas y muchas, pensando que si algo andaba mal, era en mi, que yo hablaba otro lenguaje, que me era más fácil esconder la cara y huir, correr siempre contra la corriente, correr hacia donde el viento me llevara, correr como una piedra rodante, sin dejar crecer el musgo, sin un hogar ni un destino, sin tener ningún por qué.

Y luego llegaste tú.

Te reconocí en un instante. Un buen amigo decía que los maníacos, los locos caprichosos, despedimos un peculiar aroma que nos hace encontrarnos, diferenciarnos. Yo no te conocí: te reconocí. Fue algo en tu mirada que me dijo: Este es mi hombre, fue algo en el tono de tu voz, en el juego torpe de tus movimientos, en las medias sonrisas, en las miradas veladas que me atrajo hacia ti. Me rompiste el corazón y yo te lo rompí a ti. No voy a hablar de influjos ni destinos: Volví por que así lo quise, volví por que te amaba. Por que extrañaba encontrar en tus besos a ese hombre que en el abrazo me decía que me entendía, que no era extraña, que conjuraba sueños en los que no podía estar otra persona si no tú. ¿Qué veo en ti? Me preguntas una y otra vez. Veo a un cómplice, a mi mejor compañero, mi más entrañable amigo. Veo una brújula, un faro de luz que me recuerda en las tempestades hacia donde va el camino, en donde esta mi hogar. Veo a un loco que habla mi mismo lenguaje, entiende mis señas y sabe ese idioma secreto que solo entre los dos podemos hablar. Veo a un hombre verdadero, determinado a darlo todo por quienes ama, que no teme hacer sacrificios pero que está dispuesto a luchar por sus sueños, que no se atrevería a dejarlos olvidados en un cajón, capaz de luchar hasta el final. Veo una sed de conocimiento, la curiosidad despierta del niño y la certeza adquirida del viejo. Veo -y admiro- la fiera disciplina del oficio de la vocación, veo al escritor, sin trucos, sin magias. Veo -siento- un aroma animal de amante que despierta mi cuerpo y mis sentidos y me hace erizar la piel. Veo -Entiendo, disfruto, comparto- la mente ágil y la fantasía y sueños que habitan y los intrincados corredores y pasadizos de una mente que me fascina, que me seduce. Veo -leo- las letras que me hipnotizan, que me emocionan, los cuentos que quiero escuchar cada noche antes de dormir. Veo, en pocas palabras, los ojos que quiero sean lo primero que mire al amanecer y lo último cuando anochezca, veo la figura del hombre a quien quiero pasar toda mi vida haciéndole el amor, con el cuerpo, con palabras, con historias, con caricias, con la piel y con la mente. Veo al padre de mis hijos. Veo mi pretérito, mi presente y mi futuro en ti

No mentiré: Muchos hombres pasaron por mi vida. Dije “Te amo” más veces de las que quisiera contar ¿Qué es diferente ahora? Me preguntas tú. Y la respuesta más sincera que puedo darte, es que Yo elegí quedarme a tu lado porque tú, solo tú penetraste en la coraza, ante ti me expuse desnuda y sin pretensiones, descubriste lo más hondo, lo más negro y aun así decidiste amarme. Conociste a la niña recelosa y herida, conociste a la mujer desconfiada, agresiva y mentirosa- todavía, todavía me cuesta mucho desprenderme de tantas heridas-. Y al amarme, al perdonarme, las liberas, liberas mis miedos, me haces aparecer. Por primera vez en la vida, tengo un lugar verdadero, por primera vez tu me entiendes cuando hablo, cuando callo, cuando grito y cuando lucho. ¿Y tú? Tú llegaste a mi despojado de mentiras, sincero siempre, con la frente en alto. Dispuesto a protegerme, a luchar por mi, por ti, por nosotros. Y eso es algo que nunca podre pagarte

Así que, Francisco, esta es una pequeña carta de amor que decidí colgar aquí para que la mires cada vez que te de por abrir viejas heridas, que no son pocas las veces. No es una carta buena, no elegí las mejores palabras, no se nada de estilo y menos de gramática. Lo que puedo ofrecerte, es que es una carta sincera. Aquí, en cada letra, estoy yo. Y yo, soy tuya. Enteramente tuya, por que así lo he decidido.

Ahora, amor, a seguir caminando juntos. Paso a paso. Yo estaré tomando tu mano. Y cuando sea el momento… juntos ¡A volar!

Carta de él

¿Qué decir después de esto? ¿Cómo responder a una carta que te desnuda y me desnuda? ¿Qué escribir tras cada segundo que siento que mi corazón no late al terminar de leer tu carta?

Y es que, lo sabes bien… tengo mucho miedo.

Podría hacerte una larga lista de tus cualidades, de tu hermosura, tu inteligencia, tu talento, tu mirada, tu presencia, tu toda tú, pero eso lo sabes bien y te lo digo siempre. Quizá si te contara de los planes, del futuro, de mi vida a tu lado, pero de eso hablamos todos los días y quizá no sea bueno dejar una huella pública y quedarnos nosotros solos con las metas que estamos consiguiendo. Igual si te hablo de mi pasado y las marcas que llevo en mí y la forma en que tus manos curan mis cicatrices, en que tu aliento me revive, en que tu mirada me energiza, pero eso lo vivimos cada día, con cada roce, con cada encuentro. Podría decirte que cambiaste mi vida sólo al conocerte, que me diste motivos y fuerzas para buscar y hacer, para ser, pero todos los días agradezco la vida que buscamos y construímos para que no haya quedado claro ya. O puedo ofrecerte mi vida entera, abrirte mi casa, poner mis tesoros a tus pies, dejarte apoderar de lo que he ido conquistando con mi paso por la tierra, pero ya te sabes dueña y señora de mi pequeño reino y todos te reconocen ya como parte indivisible de mí. Tal vez si me arranco el corazón lastimado, cuarteado, zurcido, con trozos perdidos y te lo ofrezco como ritual antiguo en una plaza pública, pero también ya es tarde, pues llevas mi corazón entre tus manos, como llavero, como pendiente, como la primer ofrenda que te di cuando me regalaste una sonrisa.

Y todo eso parece poco a cambio de la sola posibilidad de verte, de hablarte, de tocarte, de besarte, de compartir tu sueño, tu espacio, el mismo planeta. Y eso me asusta tanto.

Gracias, amor, por regalarme esto y querer ayudar a que se vaya el miedo. Lamento arruinar tan bella misiva con mis inseguridades y mi torpeza y mi falta de palabras y mi no tener una respuesta que parezca adecuada a lo que tú escribiste.

Después de todo… en medio de todo… sólo puedo repetirte una vez más: ¡TE AMO!

Francisco Espinosa.

P.D. He de aclarar, sólo en justicia y para que tus lectores no se queden con el confuso orden en que tú lo has planteado… tú me rompiste el corazón primero.

(Del blog: "Arsénico Lolita")

sábado, 9 de octubre de 2010 | By: Abril

A las cuatro en la plazoleta


Hola Irene.

No sé porque te escribo, seguramente para no sentirme tan solo o con la esperanza ingenua a que alguna vez leas esto, a que de alguna manera sigas sabiendo de mi de esa forma mágica que le damos a las cosas cuando no tenemos nada en lo que creer y que ahora he otorgado a este cuaderno donde te escribo. Hace tres días que te fuiste, y cada palabra que escribo es como una victoria o una derrota, un drama del que me gustaría ausentarme, sin poder hacerlo por el miedo a perder la última esperanza de recuperarte. La casa sin ti se me cae encima y me paso casi todas las tardes en la plazoleta de enfrente. Suele estar llena de viejos y niños, los dos extremos de la vida a los que parece que les sobran las horas para gastarlas en la calle, las horas que ahora me sobran a mi y que uso mirándolos en sus actividades, que son muchas. En esta afición mirona coincido casi siempre con una mujer mayor, Carmen, viuda desde hace un año y desde que se fue su Angelino se aburre. El dolor en esa compañía silenciosa, se me hace mucho más llevadero, las horas se nos pasan mirando a la gente juntos, sin que Carmen me pregunte por mi tristeza, ni yo por su familia, ni por todas esas verdades incómodas que en los malos momentos no son fáciles de explicar. Nos dedicamos a ser espectadores del mundo, enajenándonos del propio por el duelo y apropiándonos del ajeno en una pausa muy cómoda que es nuestra compañía.

Esta mañana me he despertado por el ruido de la puerta al abrirse, me he levantado de un salto pensando que habías vuelto, cuando iba a tu encuentro con el corazón que me salía del pecho, he comprendido que había soñado, la casa se ha llenado de tus fantasmas... Hoy he hecho una foto a Carmen en la plazoleta donde nos encontramos todas las tardes. Cuando se la hacía, estaba fumando y le he dicho que lo debería dejar; ha salido mirando hacia otro sitio. En la foto podrás ver el sofá de nuestro cuarto de estar. Como pasamos tantas horas en la plazoleta y en casa casi no estoy, pues lo he bajado para que podamos estar más cómodos, al final de tantas horas los bancos públicos se hacen muy duros. Carmen ha bajado las fundas estampadas que ves y me dicho que también bajará unos cojines.

Hoy hemos estado viendo jugar a un grupito de unos diez chavales que imitaban una serie de dibujos, nos ha sorprendido la resistencia a los golpes que tienen. Luego hemos visto jugar a unos abuelitos a la petanca y casi se pegan como los chiquillos de antes. El momento que más nos sorprende siempre, porque siempre es muy parecido, es cuando vienen a la plazoleta los perros y sus dueños. Llegan más o menos a la misma hora, cada uno por su lado, sueltan los perros que corren al encuentro, se huelen, se saludan, juegan, y cuando los dueños se impacientan, llaman a su perro y se van. Carmen y yo dudamos quién saca a quién.

Me paso casi todo el día en la calle, lo peor son las noches cuando no te encuentro en la cama y la sábana no es tu piel, ni la almohada tiene tu abrazo, ni se tienen sucedáneos para lo que se echa de menos.... Carmen bajó ayer una mesa de camping y una mantita, por las tardes refresca pronto. Yo bajé la lámpara de pantalla que teníamos en el saloncito para leer y la he enchufado a una batería. Ayer fue divertido porque cenamos sopa que trajo Carmen en un termo y croquetas de jamón que le salen buenísimas. Me ha dicho que el truco está en echarle maicena a la bechamel. Yo hice una ensalada y como no estás, le puse mucha cebolla. Mientras cenamos le hablé a Carmen por primera vez de ti, cuando acabé sólo dijo, “ay, hijo”....... sin poder ocultar la necesidad por volver a creer, le pregunté que era para ella amar, y me contestó que “si me lo preguntas no lo sé, ahora, si no me lo preguntas, sí”.
Pudimos ver la tele pequeña que tenía en la habitación ya que funciona perfectamente conectada a la batería, Carmen quería que viéramos juntos un programa que le gusta mucho pero se quedó dormida, aproveché para recoger un poco y al final yo también me quedé dormido a su lado...

Me despertó el sonido de unos tambores, al abrir los ojos asustado nos vi perros y gente sentados en corros que nos rodeaban riendo y cantando, fumando bebiendo, haciendo malabares, me dio la sensación de despertar en un país muy lejano, africano o de otro continente. Carmen también despertó tan desorientada como yo, y mientras un par de chavales se acercaban a preguntarnos si queríamos cerveza, un vecino de la plaza gritaba desde el balcón que había llamado a policía, que aquello ya era demasiado. La primera luz de la mañana reflejaba en la litrona tendída por el joven que nos explicaba que eran del movimiento okupa y les molaba mucho el rollo que habíamos montado en nuestra plazoleta, no entendíamos nada...Hace dos semanas que te fuiste, la vida es una locura.

(Marcos Hernando Jiménez)
viernes, 24 de septiembre de 2010 | By: Abril

A solas


Hace tiempo que te fuiste, ya perdí la cuenta de los meses. Hoy he decidido hacer repaso, ya sabes de vez en cuando me gusta observar lo que ocurre en mi mundo desde la perspectiva que te da el tiempo, y me apetecía hacerlo escribiéndote esta carta.
¿Cuánto hace? Ocho o nueve meses. Recuerdo el día que te fuiste y cómo te fuiste. Cuando recogías lo imprescindible para abandonar aquel nido de discusiones. Te observaba sentado sobre la cama, con la angustia apretándome la nuez, la esperanza, un tanto ingenua, que me decía que aquello no era definitivo y el pánico, mucho pánico, pánico en los rincones donde nos besábamos, en todos los lugares donde habitaba tu recuerdo y no sólo el tuyo si no el mío, de mi yo contigo que iba a desaparecer cuando cerrases la puerta. Puede que los dos aborreciésemos nuestras vidas, lo que éramos juntos, pero en el momento de esa muerte tuve miedo, terror a estar solo, ataque de pánico.

¿Por qué tenemos tanto miedo a estar solos?. Pero no tú ni yo, en general. No sé si te habrás fijado, pero he visto demasiada gente a mi alrededor que prefiere resignarse a ser infeliz, que arriesgarse a estar solo. ¿Será que es lo más cercano a estar muerto, es lo más cercano al olvido, a que creas que no existes por no tener proyección en nadie?

La cabeza es curiosa. ¡Sabes si me he duchado veces estando sólo en casa, cuando aún vivías conmigo!. Disfrutaba del momento, que era mi momento, con mi música, con el bao, era el proceso en el que me esforzaba en parecerte más atractivo, ya sabes que siempre he sido un presumido. Desde que no estás, me obsesiona caerme mientras me ducho, quedarme inmovilizado por el golpe en el fondo de la bañera, que nadie escuche los gritos de auxilio y morir de inanición. Cuando me atropellan estos pensamientos ilógicos, es cuando más conciencia de la soledad tengo, cuando escucho lo ecos del pasillo.

Insisto, el ser humano tiene mucho miedo a vivir solo, no está preparado. Cuando dejas a tus padres, es porque te has ido a vivir con tu pareja. Si te separas de la pareja, normalmente lo haces por el amante y si eres el abandonado, con ansiedad buscas un sustituto.

La sociedad tampoco está preparada. La gente “normal” no entiende que uno sea uno y no dos o tres. Tu vecina te mira torcido porque siempre vas solo, la taquillera del cine con lástima cuando le pides una entrada, o si sales a cenar, las mesas de alrededor siempre están ocupadas con familias numerosas, llenas de niños que corretean alrededor, mientras uno clava los ojos en ese bicho tan raro que eres tú.

Las hipotecas tampoco están preparadas para subyugar individualmente….ni tampoco en pareja, pero no quería hablarte de este tema.

Y al hacerte mayor, mayor es el miedo, mayores las dependencias y las querencias hacia la rutina de la compañía, que es el rescoldo de lo que fue la pasión. Nuestra pasión no se apagó, pero nos hacíamos muy mala compañía. Estando contigo ya me sentí solo, me imagino que a ti te pasaba lo mismo. Tan sólo nos buscábamos para besarnos con furia o enfurecernos con rabia. Subimos tantas veces a la cumbre, para luego bajar rodando que nos olvidamos de caminar erguidos.

Hoy te confieso, que fuiste valiente y te marchaste, yo fui cobarde y te abandoné sin irme, sin quedarme, esperando a que te fueras. Te obligué y me dejaste con tres palmos de narices.
Por primera vez en mi vida, he decidido estar a solas. Será que le estoy cogiendo gusto a lo del onanismo.

Por cierto, el gato, que es tuyo y es mío, de un tiempo a esta parte pone cara de querer abandonarme, se lo noto en sus maullidos. Ayer afronté la situación y le dije que si quiere irse tiene las puertas abiertas………Como se vaya adopto un perro……

(Marcos Hernando Jiménez)
domingo, 19 de septiembre de 2010 | By: Abril

Llega el invierno


Llega el invierno y el frío obliga a recogernos, el cielo se queda en pausa y la calle es un desierto de color sepia por las farolas.

Aquí dentro, en mi casa y en mi cama, es más invierno. La manta me aburre en las cordilleras de sus arrugas, pero deja ver los fantasmas de mis pies en calcetines blancos. Me entretengo moviendo ahora el dedo gordo, ahora el pequeño, juego con marionetas mientras pienso en ti, mientras caigo en la tramposa alquimia de los recuerdos.

Llueve en mi cara y en la calle, en la acera y en mi pecho. Rielan las gotas por mis ojos o golpean los lagrimones en las ventanas. Llueve, hace frío y me entrego al sintético abrazo de la manta que no me quita las ganas del tuyo, ni la sábana es tu piel, ni la almohada tiene tu voz y no hay sustitutos para lo que se echa de menos.
Se fue el verano, te fuiste tú y llegó el invierno. Me encojo y me acurruco para afrontar la helada en la calle y en mis sesos.

(Marcos Hernando Jiménez)
sábado, 4 de septiembre de 2010 | By: Abril

¿Cuál es el secreto?



Sentada en el sofá, entre sus temblorosas manos, sostiene un periódico, de esos de política y chismes, recién abierto: “Hoy toca actualidad, tengo que estar al día”, me dice con voz semiquebrada y atenta a lo que ese manojo de papeles le pueda descubrir, esa tarde…

Es frágil, aunque sólo de físico. Su armazón es interno: una gigantesca fortaleza que nunca supe cómo cupo en ese cuerpecillo de porcelana. He visto fotos suyas de joven, recién casada, en la playa, en un baile, casi todas en blanco y negro, y bien podría haber ocupado cartel (lo pienso) entre las más lustrosas actrices de los cincuenta. De los sesenta. De todo el siglo XX. Su belleza no ha menguado en el viaje, si acaso, alguna arruga más que otra ha descansado sobre su rostro, reflejando el tiempo, pero sin alterar ese universo de generosidad y ternura que emanan sus ojos, en cualquier leve parpadeo. Además, esa finura acrisolada de su piel, no camina sola. Pues algo puramente genético, que se tiene o no se tiene, que se gesta en la propia cuna, la impregna por entero: la elegancia. “Lo importante de las piedrecitas y de los collares, querida abuela, no es poder tenerlas o comprarlas, sino el saber llevarlas (te diría); y ninguna de ellas brilla tanto en otro como sobre tu cuello”.

Tener una “segunda madre” es un privilegio. Más cuando hay seres que ni a una conocen. Yo las he tenido; las tengo. Siendo pequeño, los sábados llegaba a su casa a media tarde, en invierno, y me preparaba un tazón de leche, caliente, con Colacao y galletas Príncipe. Allí estabais tú y el abuelito. A veces con él jugaba una partida al ajedrez (¿recuerdas?), me hablaba de sus cosas de filosofía o veíamos el fútbol; después tomaba un baño en agua templada, largo, escuchando los partidos del sábado, y cenaba, mientras os veía a los dos en el sofá, hablando, riendo…; él leía la prensa cuando quitaba el sonido del televisor en los intermedios (una de sus costumbres), tú rezabas el rosario, casi susurrándolo. Luego, dejaba caer mi cabeza en tus piernas, quedaba en un estado semiinconsciente, sueños difusos…; cerca de la medianoche, a mi habitación. “Buenas noches”. Apagabas la luz. Y el día.

En ocasiones he leído cartas escritas a personas que han dejado huellas eternas. Misivas delicadas, caladas de amor, pero casi todas póstumas. Y esto me apesadumbraba. ¿Por qué sólo liberar nuestros sentimientos tras la pérdida de alguien? Tú, abuelita (así la llamamos), vas a leer esta carta, seguramente sentada en tu sofá, en ese que compartiste tantos años con tu amado Wifredo, y sana, rebosante de vida, orgullosa de que todos queramos estar a tu lado; pues detestaría quedarme en el andén, apesadumbrado, sin ti, viendo cómo tu rostro, asomado a la ventanilla de un tren cuya silueta disminuye, se aleja hacia un mundo extraño y nebuloso, mientras yo te lanzo “gracias” gritadas en un papel que ya no sabré si leerás. Esta carta no será para “después”, sino para hoy…, vigente, en su expresión más auténtica. Más significativamente “Amalia”. Pues de camino (¿apuestas?), aún te queda un trecho.

¿El secreto de tu optimismo, de tu energía? Quizá sólo la Virgen a la que cada noche entregas tus agradecimientos y ruegos, lo sepa. O las golondrinas y las estrellas que forman dibujos en tu cielo. Esas a las que cada noche saludas como a conocidos desde tu ventana, en tu calle Travessía. Quién sabe.

A ti, abuelita, también poetisa. Tu último poema:

“Los ríos de mi cuerpo. Estoy mirando mi mano/y en sus venas me detengo/pensando en su trabajo/que cubren todo mi cuerpo./Son ríos que caminan dando vida a mi existencia/no sabiendo dónde empiezan/ni cuánto durará su vida./Siempre cumplen su misión/potenciar mi corazón/que es el que rige mi vida/de noche como de día./La sangre va por mis venas/que son tortuosas acequias/abriendo cauces y caminos/para mí desconocidos./Esta fuerza tan preciosa/que empuja todo mi cuerpo/quiero hacerla poesía/por ser más que mía, don del Cielo”.

Gracias por ser así.

(Claudio Rizo)