lunes, 28 de diciembre de 2009 | By: Abril

La última despedida


Hoy, arañando en las entrañas de mi pasado más presente, te encuentro masticando despedidas.

Te miro y, casi alcanzando un sueño, desapareces, fugaz y rotundo, como el humo del cigarro que ni siquiera me fumo.

Te fuiste, te eché…da lo mismo, pero no estás desde hace tiempo.

Intento tocar tu nombre pero me vuelve el veneno del recuerdo y se me clava tu olor en la memoria.

Intento huir de ese por qué, pero me alcanza y viene ahí, arrasador, un silencio que me grita todo lo que no quiero saber: sí, siguen en mí tus ojos, mirándome mieles, dejándome en la pupila el único sabor dulce que recuerdo de ti.

El fin y por fin…un sin fin de incongruencias y solo una verdad… ya no eres pero existes ahí, en algún rincón de mi vida que no logro recuperar.

Déjame soñar con nada, márchate a aquel lugar oscuro que yo visité primero y permíteme abrazar tu ausencia tan sólo una vez cada mil noches…

Llévate tras de ti tu sabor a anhelo; quiero mirar de frente a la vida y gritarle que ya no te echo de menos…¿mentira?...no sé, pero es lo único que le diré cada vez que me pregunte.

No quiero comparar lo que te quise cada vez que me enamore, porque así jamás dejaría de amarte…

…Exhibías tu triunfo y mi derrota, viril y orgulloso, con las manos manchadas de mis ilusiones rotas, por tanto, ¿a qué esperas? Deja de intentar clavarme el puñal de tu recuerdo…tus ojos mieles solo son algo que ya fue.

Entonces…márchate, o quédate, da lo mismo. Formas parte de una vida alquilada en mi memoria a la que la humedad de tu abandono, pronto desahuciará de mi alma por derribo.

Solo me queda decirte que ya no te amo, es cierto, pero que, tal vez te sigo queriendo…”es tan corto el amor y tan largo el olvido”, que cuando tenga frío, tan sólo tendré que acercar un recuerdo para que prenda, de nuevo, la llama.

(Marta Romo Cáceres)

Esta nunca será una carta de amor


Acaso se quedará en el borde de un quejido, tentando una caricia o atrapada en un recuerdo de tonos plomizos. Poco a poco, irá perdiendo su color e instalándose en un tiempo indefinido, pendiente de ser rescatada de un baúl, donde las instantáneas adquieren ese color sepia que nos moja los ojos. Pretendo decirte que el polvo terminará cubriéndolo todo. Y aún así, ahora mismo, te escribo desde las brasas, sobre las cenizas, frente a la estación calcinada del recuerdo, un paisaje yermo que todavía no anula tu nombre.

Yo sé que el tiempo correrá, que aplastará todo lamento. Sé que terminaré instalándome en otras caricias y otros ojos, que otras miradas harán todo el resto. Lo que ahora me mueva no será el rencor, tu olor terminará siendo un recuerdo inasociable, una constancia leve de lo que un día fue. Estas palabras frágiles serán zarandeadas por el viento, arrancadas de ese tálamo cálido, donde pudimos querernos tantas noches, cuando burlábamos la tiranía de todos los relojes, con esa vocación perpetua que depositamos en las caricias y los besos cuando nos enamoramos. No quisiera asociar el tiempo, con esa falacia triste que termina devorándolo todo. Quisiera ser feliz y que tú seas feliz, si es que los días que restan pueden llegar con esa ilusión eterna que nos llena los ojos. Ahora agarro la esperanza y brindo mi ofrenda y mi futuro a la creencia de que toda experiencia dolorosa nos hace crecer. No habrá intención de quedarme instalado en ese rencor que se nos agarra a las orillas del pantalón y trepa hasta secarnos los ojos. Quisiera que permaneciéramos inmunes a las espinas del tiempo, que no se enquistara la llaga que me quemó las manos, éstas mismas que descendían sobre tu vientre, casi imaginando la vida en sus adentros. Este niño no nacerá. Se quedará esperando, en un lugar y un tiempo indefinidos. Mi simiente deambulará callada, perdida y torpe, temerosa de volver a errar, cobarde y desconfiada de toda experiencia venidera. Es el precio que nos dejan los pequeños fracasos. Quisiera no tener nada más que decir, pero cómo acallar las palabras que nacen de adentro y se precipitan hacia los labios, esos mismos que todavía hoy, te buscan desesperadamente en medio de la noche, con la pátina húmeda que nos deja la costumbre y el jergón tibio que nunca ha de volver. Es precisamente esa constancia la que golpea a veces; cómo esquivar el proyectil que rompe en medio de la frente. Ninguno de los dos hemos de volver ahora a ese instante en el que andamos ya naciendo en forma de recuerdo. Es precisamente el recuerdo lo que nos hace ascender al punto álgido donde la tristeza encuentra fórmulas que invitan al insomnio: entonces se callan las palabras. Me sumerjo en el centro de la oscuridad, me pierdo y hago tabula rasa al dolor, vuelvo a morir y a despertar y de nuevo muero y saco la cabeza en medio del dolor, porque el dolor renace cada vez que el recuerdo se empeña en negar toda razón. Es necesario, al fin y al cabo que sepas que el dolor penetra en mi cuerpo, me debes ese reconocimiento, mi sufrimiento es la tímida venganza que ahora te confieso, por encima de todo raciocinio.


No habrá continuación, ni siquiera un leve gesto que me devuelva tu nombre en medio de este invierno. Descenderé al centro del dolor y volveré a resurgir. De alguna forma pretendo verbalizar el dolor, expurgar mediante la palabra. Una vez fui poeta, ese mismo estúpido poeta, fabricante de sueños, ese al que ahora, el sueño se le seca y se hace sarmiento estéril, el sueño, el sueño, el sueño. Poesía inútil que me quema los ojos, orgullo estéril, consciencia tormentosa de que la lágrima ha de llegar, ese torrente inmenso que podría inundar todos los océanos del mundo. No habrá palabra suficiente que pueda contener la venida del llanto. Te ofrezco mi impotencia como último testimonio, mi vulnerabilidad humana y el reconocimiento del dolor, por encima de todo el dolor, mi dolor presente por encima de la razón. Entre la impotencia y el recuerdo siempre llega el dolor; el dolor y este continuo empeño que busca nombrarlo todo para aniquilarlo todo. Mis palabras piden a gritos un descanso en medio de esta noche, y a la vez se alzan y se me enredan al pecho, y es un dolor antiguo y un desvelo y una caricia que no ha de volver. Ni tú, ni yo, volver a ese lugar donde fuimos felices.

(ANTONIO DE PACO DOMINGO; 2º Premio de "Cartas de Amor y Desamor" de Huétor Vega)